Esco, un pueblo abandonado

 

Volvíamos de visitar el monasterio de Leire y, en nuestro viaje, la silueta de un pequeño y coqueto pueblo dominado por un castillo sobre una cima llamó nuestra atención. Poco antes habíamos parado para hacer unas fotografías de algunas construcciones que emergían de entre las aguas de un embalse y que más tarde supe que se correspondían con los restos de un balneario romano de aguas termales del abandonado municipio de Tiermas, del que la gente aún hoy aprovecha sus barros. Pronto sabríamos que ese embalse y este pueblo que ahora admirábamos estaban estrechamente unidos.

Dejé nuestra furgoneta y me adentré, cámara en mano, entre las callejuelas de ese pueblo abandonado. Desde el primer momento, sentí como si alguien observara mis idas y venidas por las pedregosas cuestas. No me equivocaba. Sentado en el suelo y protegiéndose del sol con una gorra, un hombre giraba su mirada para no toparse con la mía. No me dio opciones a saludar y en seguida me di cuenta de que no tenía el más mínimo interés en entablar conversación alguna, así que me resigné a posponer todas las preguntas que se agolpaban en mi cabeza para planteárselas en otro momento a San Google.

 

Desde donde yo estaba podía ver parte del embalse y un gran caserón aparentemente, también abandonado. Terminada mi visita a Esco, este pueblo por el que deambulaba yo bajo el calor del verano, crucé la carretera y me dispuse a recorrer las estancias de la gran casa que había descubierto y que, definitivamente, estaba abandonada.

Pero vayamos por parte. ¿Qué había pasado con Esco para que todos sus habitantes hubiesen emigrado? En realidad, no todos, acababa de conocer a uno de sus últimos moradores, fue una pena que él no tuviera ganas de charlar en ese momento.

 

Los primeros indicios de población de Esco datan de la Edad del Bronce. Por este asentamiento pasaron también jacetanos, vascones, celtas belgas, suessetanos, y romanos. Parece que estuvo deshabitado o poco poblado desde el S.IV al S.X pero el hecho de estar enclavado en el canal de Berdún, lo convertía en territorio de paso muy codiciado por los diferentes monarcas que se fueron sucediendo: musulmanes, navarros y aragoneses. La villa pasó de unas manos a otras, incluso para hacer frente a deudas, sufrió invasiones y guerras que acabaron con sus construcciones y, por ejemplo, en 1369, obligaron a sus moradores a abandonar el municipio para desplazarse al cercano Tiermas, hecho que nunca se materializaría, los habitantes de Esco decidieron desoír el mandato y reconstruir sus casas. En el S.XIX hay constancia de dos ermitas, además del castillo, un molino y de una casa de baños. Se habla del campo como forma de subsistencia del pueblo, tanto de sus productos como de su ganadería. Parece, pues, que las tierras del municipio eran muy fértiles, tanto como para que su población se viese incrementada: en 1900 estaba habitado por 200 personas; en 1940, por 260, población que se mantuvo más o menos hasta 1953. En 1968, momento en el que se produjo el total abandono, se contaban 78 vecinos. Después, sólo quedaron allí el pastor Félix Guallar, fallecido en 2010, y sus tres hijos. Ahora sé que tuve el placer de toparme con uno de ellos mientras caminaba por las calles desiertas.

Esco, tenía una ermita, un castillo, una iglesia, una escuela, un cementerio, dos tiendas (Casa Pellón, en la que se vendía pescado, y Casa Tio Pedro, en la que se podía encontrar casi de todo, incluso el pan que ya no se hacía en cada hogar), dos bares (aunque llegaron a ser cuatro), y 60 casas, una con retrete y todas con luz eléctrica hasta que una inundación se llevó por delante la hidroeléctrica que les abastecía. Se dividía en dos barrios, el alto y el bajo, y éstos en tres calles: la Alta, la Media y la Baja.

Fue la construcción del embalse de Yesa lo que acabó con el pueblo de Esco, antaño uno de los puntos del Camino de Santiago, cuyo tramo de la ruta Jacobea hacia el siguiente punto queda ahora bajo sus aguas gran parte del año.

 

En 1959 comenzó  el  llenado del  embalse. Hasta ese momento, los habitantes del pueblo vivían, como tradicionalmente habían venido haciendo, de la agricultura y la ganadería. Sus huertas, situadas en las riberas de los ríos Aragón y Esca se beneficiaban de sus crecidas, mientras que la parte más alta del municipio destinaba sus campos al cereal, la viña y la ganadería (ovejas, vacas y yeguas).

El embalse vino a anegar las mejores tierras, aquellas que daban de comer a sus propietarios. La única opción que se les ofreció fue comprar sus casas y tierras y, con ese dinero, emigrar a los grandes núcleos urbanos. En total, 1.500 personas procedentes de los tres pueblos desalojados (Esco, Tiermas y Ruesta) abandonaron sus hogares y, con ellos, gran parte de su cultura tradicional atesorada durante siglos.

 

En Esco, como en Tiermas, se siguió viviendo hasta  la década de los setenta. Los niños de entre 4 y 14 años de estos dos municipios compartían pupitre en la escuela de Esco y aún se produjeron algunos nacimientos, el último en 1965. Tras el abandono total (o casi) del pueblo, algunos de los sucesores de aquellos que se vieron forzados a vender sus casas - teniendo en cuenta la promesa que la administración hizo a sus propietarios de que, en caso de querer regresar, tendrían preferencia respecto a otros posibles compradores – han intentado  la reversión de las casas familiares sin éxito. Parece que esa opción era sólo una quimera que nunca se habría de cumplir, lo único que consta en los expedientes es una expropiación voluntaria de cada casa sin más derechos asociados. Esto impide su recompra y cualquier acción de restauración del inmueble. Por su parte, el paso del tiempo se encarga de grabar su marca de muerte sobre las construcciones que quedan en pie, habiendo sido expoliadas muchas de ellas, incluso la iglesia, datada en el S.XII.

La administración ahora va más allá. Se habla de incrementar la superficie del embalse hasta llegar a una cota de 522m que, de producirse, afectaría al casco urbano del pueblo, hoy en día muy distante de éste. Este recrecimiento afectaría a otros pueblos de la zona como Mianos, Artieda y Sigüés.

 

Para defender los intereses de los antiguos propietarios se constituyó una asociación en el año 1999 que persigue la recuperación y reconstrucción del pueblo, el rescate e impulso de las costumbes tradicionales y la preservación de las actividades agrícolas y ganaderas. Además, mantiene en litigio el asunto de las expropiaciones irreversibles.

 

Toda esta información obtenida de mi paso por Internet me hizo comprender el motivo de las pintadas en contra del recrecimiento del embalse que adornaban las paredes del caserón abandonado que visité y del que, después de ponerme en contacto con la Asociación Pro Reconstrucción de Esco (a quien agradezco su rápida y amable contestación) he averiguado que se trataba de la casa Blas o, más bien, de la segunda casa Blas. La anterior estaba situada en la Calle Media (en un círculo en rojo en el mapa). En los años 50 la familia de José Antonio Abad, que aparece en la fotografía antigua de los niños que asistían a la escuela en 1964, se mudó a esta gran casa al otro lado de la carretera, casa que había sido construida en 1918 por Juan Abad pensando en su privilegiada ubicación al lado de la carretera y para el pasto de sus animales. En los años 60, a pesar de la expropiación del núcleo urbano, esta familia logró mantener la gran casa, donde vivieron hasta la década de los 80, cuando los propietarios se trasladaron a Zaragoza, lugar en el que hoy en día continúan viviendo. Debo agradecer esta información a una de las sucesoras de la familia Abad que me ha facilitado esta información.

El estado de conservación de la casa abandonada es relativamente bueno dentro de lo que supone un inmueble abandonado y aún perduran algunos efectos personales de sus moradores. Las antiguas cuadras y corrales parece que ahora sirven para guarecer a los animales de los últimos pastores de Esco. Por lo demás, aún se conserva una pista de su historia grabada en piedra en la parte trasera del edificio: "Juan Abad, 1918". Esperemos que el recrecimiento del embalse nunca llegue a producirse y se vea engullida por sus aguas para resurgir sólo en épocas de sequía.

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Sobre mí:

Curiosa por naturaleza, desde niña me embelesaron los ecos pasados que se me antojaban atrapados entre las paredes de los lugares abandonados que iba dejando atrás desde el coche de mi padre. Hoy, un poco más dueña de mis pasos, los dirijo allí para admirar la belleza oculta entre sus ruinas, inmortalizarla con mi cámara e indagar en la verdadera historia que, en otros tiempos, les dieron vida. Estos son mis locus amoenus ¿me acompañas?