Prácticamente se estrenaba el nuevo campus de la Ciudad Universitaria cuando la guerra civil estalló. Las Facultades, antes ubicadas diseminadamente por las calles de Madrid, se trasladaban paulatinamente hacia su nueva ubicación. Pero la mayoría de las Facultades se estrenaron como campo de batalla. En las calles del campus se produjo una batalla, del 15 al 23 de noviembre de 1936, que establecería un frente bélico hasta casi el final del conflicto. Las milicias republicanas, al grito de “No pasarán” tenían como misión defender la capital y detener el avance de las columnas del sublevado General Varela. Frente a este objetivo, estaba el de las tropas franquistas que querían tomar la ciudad en el menor tiempo posible. Pero la realidad fue bien distinta y el campus fue el primer lugar en el que las tropas nacionales se vieron obligadas a detener su avance.
Cabe destacar que en esta primera batalla fue donde, también por vez primera en la contienda, los aliados de las Brigadas Internacionales entraron en combate empleando, además, artillería pesada procedente de la Unión Soviética. Por su parte, los atacantes recibían material bélico de apoyo desde Alemania e Italia. Tristemente, también fue ésta una de las primeras veces en la historia en la que se empleó bombardeo aéreo contra población civil gracias a las tropas de Hitler, imágenes que pudo fotografiar Robert Capa y Gerda Taró, ambos presentes durante la contienda en Ciudad Universitaria.
El día 8 de noviembre de 1936, el General Varela envió sus tropas a atacar la zona con un avance inicial por la Casa de Campo. Esto propició que, una vez desplazado el núcleo de maniobra, la finalidad del sublevado se centrase en ocupar el área comprendida entre Ciudad Universitaria y la Plaza de España.
La defensa fue férrea y el enfrentamiento cruento en los dos bandos, el avance de líneas de combate era prácticamente inexistente, si bien se llegó hasta la rivera del río Manzanares. El río suponía una frontera natural de defensa para los republicanos, que defendían sus puentes, pero el 15 de noviembre, las tropas de Varela consiguieron cruzar por dos de ellos llegando así a la Ciudad Universitaria. El coste de vidas por parte de ambos bandos fue enorme. La lucha se producía incluso dentro de los edificios de las Facultades, habitación por habitación y piso a piso. Finalmente, ante el escaso resultado cosechado por el bando nacional, Franco decidió el 23 de noviembre cambiar su estrategia y comenzar un ataque indirecto a la capital por el eje Las Rozas-Húmera, lo que terminó por dar lugar a las conocidas batallas del Jarama (febrero de 1937) y de Guadalajara (marzo de 1937).
Tras el paso del Manzanares las tropas atacantes ocuparon una zona de 800 metros de longitud aguas arriba del puente de los Franceses, pero fue necesario establecer por la noche una pasarela que alimentara con tropas, munición y víveres a los asaltantes. Sería la llamada "pasarela de la muerte", ya que se instaló en una zona que permitía ser abatido por ametralladoras republicanas. Para quienes lo cruzaban por el día, los “pasaos”, era muy arriesgado. Por esa misma pasarela salían de la Ciudad Universitaria los heridos en camillas al amparo de la noche para ser trasladados a los hospitales de campaña al margen derecho del Manzanares. La pasarela se tuvo que ir reconstruyendo hasta en 20 ocasiones por los daños que iba sufriendo. Como anécdota, cabe destacar que, tras muchos años de búsqueda, en 2008 afloró este testigo de la contienda que unía ambas márgenes del río con su plataforma de 20m de largo por 3m de ancho. Y, curiosamente, fue gracias a Gallardón. El soterramiento de la M-30 y la inundación al poco tiempo de una de sus vías obligó a realizar un achicamiento de agua que daría lugar al descubrimiento de la famosa pasarela a la altura del Club de Campo, que había quedada soterrada por las obras. En su momento, la pasarela de la muerte comenzó siendo un simple tablero con pivotes sobre el lecho del río para acabar convirtiéndose en un tablero de hormigón sujeto por caballetes tendidos encima de la corriente, obra de los ingenieros civiles militarizados Carlos Muñoz de Laborde y Mario Álvarez. Increíblemente, ya en su configuración final, aguantó incluso fuertes crecidas del propio río. Esta pasarela sería la primera de los 4 puentes que llegarían a construir para su avituallamiento las tropas fascistas.
A pesar de todo, el frente del campus de Ciudad Universitaria mantuvo sus líneas prácticamente durante toda la guerra. Tanto el Parque del Oeste como la propia Ciudad Universitaria vivieron una verdadera carnicería apoyada por minas y contraminas que en nada modificaban las líneas de defensa. Esto fue así hasta que el 28 de marzo de 1939 el Coronel Segismundo Casado se vio obligado a entregar la ciudad a los asaltantes.
Como es de suponer, el campus de la Universidad, que aún no había albergado apenas estudiantes en sus edificios recién construidos, y sus áreas adyacentes quedaron muy dañados. De hecho, hasta el 12 de octubre de 1943 no se pudo iniciar la actividad normal docente en el que fuese campo de batalla y a punto estuvo de no hacerse nunca, tal era el estado en el que quedaron sus edificios que se llegó a plantear convertir la zona en un parque temático sobre la guerra.
Actualmente, la mayor parte de los escenarios bélicos han quedado ocultos por las reconstrucciones forzosas de las Facultades, la expansión urbanística de los años 70, el soterramiento de la M-30 y la construcción de Madrid Río. Sin embargo, el Arco de la Victoria, construido entre 1950-1956 o el Monumento a los Caídos (hoy, sede de la Junta Municipal del Distrito de de Moncloa-Aravaca) siguen dando testimonio de la victoria franquista.
Una de los puntos estratégicos que mayor atención recibían por parte de ambos bandos era Hospital Clínico por su posición inmejorable sobre el campo de batalla y el cerro de Garabitas. En el Clínico la lucha era caótica, apenas se distinguían los enemigos de los aliados e incluso, una vez acabada la munición, se llegó a luchar cuerpo a cuerpo con armas blancas. Así las cosas, los capitanes anarquistas decidieron que era el momento de abandonar el Clínico. El coronel Alzugaray, a cargo de la defensa de la Ciudad Universitaria, llegó a amenazarlos con la detención. Durruti, que se encontraba reunido en Comité, al enterarse de que sus hombres querían abandonar sus posiciones, tomó un coche con conductor para dirigirse a la zona de conflicto, una decisión que le costaría la vida. Nada más apearse del vehículo justo después de pronunciar las palabras “demasiados Comités”, a las 2 de la madrugada, fue mortalmente herido a las puertas del Clínico. En el hotel Ritz, hospital de sangre durante la contienda, nada se pudo hacer por su vida y falleció al día siguiente, el 20 de noviembre, el mismo día en el que se fusilaría a Primo de Rivera en el patio de la cárcel de Alicante, hecho que se ocultó durante mucho tiempo a las tropas franquistas. No se sabe la procedencia de la bala que acabó con la vida de Durruti. Se habla de una bala perdida procedente de fuego enemigo, pero también de que el disparo podría haber provenido de sus propios hombres en retirada a pesar de las órdenes, a quienes días antes les había exigido sacrificios por la vergüenza que causaba su mala actuación. Otra versión concede la autoría del disparo a un miliciano comunista e incluso se ha llegado a elucubrar con que él mismo se disparó sin querer al bajarse del coche con su ametralladora. Sea como fuere, lo cierto es que la obsesión por controlar esta posición acabó con la vida de toda una leyenda del bando republicano.
Tres días después se celebró una reunión en Leganés motivada por las elevadas bajas que estaban sufriendo los republicanos, la falta de munición y la estabilización del frente en el área de la Ciudad Universitaria y Moncloa. Desde ese momento, la batalla cobró tintes de resistencia empleando tácticas de guerra estática. Ambos ejércitos crearon un laberinto de trincheras, alambradas, fortificaciones, refugios y caminos de evacuación a lo largo del campus. La distancia media entre los dos frentes era de unos escasos cincuenta metros. Las tropas fascistas se hicieron finalmente con el Clínico, el Asilo de Santa Cristina, el Instituto de la Higiene, la zona de Residencias (paralela a la Avenida de Séneca), las Escuelas de Agrónomos y Arquitectura, la Casa de Velázquez y el Palacete de la Moncloa. Nada quedó del Instituto Rubio (a excepción de su piscina), del Instituto Príncipe de Asturias o del Instituto de la Higiene (actual edificio del Rectorado una vez reconstruido). El resto de los edificios de la Ciudad Universitaria pertenecieron a la zona republicana, como la Facultad de Filosofía, donde se había establecido la XI Brigada Internacional, o los edificios de las Facultades de Farmacia, Medicina y Odontología que se mantuvieron en el lado republicano hasta el final de la guerra.
Los republicanos comenzaron entonces a construir minas subterráneas para acercarse a las instalaciones de los atacantes y volarlas. En febrero se extendió la actividad de Guerra de Minas al parque del Oeste y al frente de Carabanchel. En agosto, las tropas rebeldes iniciaron el trabajo de contraminas mediante pelotones de zapadores. Nacía de esta forma una nueva modalidad de combate que se extiende a otros frentes dentro del conflicto armado español.
La defensa de Madrid duraría hasta el 28 de marzo de 1939, muchas de las deserciones de habitantes de Madrid durante los días anteriores a este se produjeron en la zona de la Ciudad Universitaria. El día 27, los franquistas el puente de los Franceses, los edificios de Odontología, Medicina y Farmacia, la parte del parque del Oeste no tomada y el paseo de Rosales, la Cárcel Modelo y el Estadio Metropolitano. El día 28 se iban ocupando diversos edificios públicos, la gente ya se encontraba en la calle celebrando el final de la guerra.
Los propios combatientes, tras tan larga y cruenta lucha, ansiaban que el conflicto llegara a su fin. En ese momento, este frente se convirtió en un lugar donde confraternizar con el enemigo, estaban tan cerca los dos bandos que hasta los soldados se pasaban recados para las familiares y llegaban a intercambiarse comida, tabaco o libritos de papel en un intento de normalizar, supongo que por conservar su salud mental, una situación que desbordaba la capacidad humana de resistencia.
En el maltrecho campus de Ciudad Universitaria, sólo los edificios construidos en hormigón armado permanecieron, como la Residencia de Estudiantes, el Pabellón de la Junta y el Hospital Clínico, si bien con daños estructurales que, no obstante, no impidieron su reconstrucción. Las Facultad de Filosofía y Letras y la Escuela de Arquitectura se encontraban operativas al comienzo de la guerra, por lo que no dio tiempo a evacuar el material de su interior, como sí sucedió con el resto de edificios. Sus bibliotecas y su contenido se vieron seriamente dañados, incluso hoy pueden observarse restos de metralla en algunos libros que fueron usados como parapeto. Durante la contienda, paralelamente a la actividad militar, comenzó la campaña del salvamento de algún millar de libros de la Facultad de Filosofía y Letras que aún pudieran recuperarse trasladándolos a la Biblioteca Nacional. Al mismo tiempo, los rebeldes intentaron lo mismo para salvar la gran Biblioteca de la Escuela de Arquitectura, bajo su dominio. Durante los años de posguerra se hizo todo lo posible por recuperar piezas a la venta en el Rastro de Madrid o en la Cuesta de Moyano. En la actualidad los fondos de la Biblioteca muestran libros muy dañados e, incluso, divididos en partes.
Tras la guerra, y aunque se había barajado seriamente la opción de trasladar a los alumnos a la Universidad de Alcalá de Henares, finalmente se tomó la decisión de reconstruir la zona. Primero hubo que realizar tareas de desescombro para retirar gran cantidad de explosivos y proyectiles sin deflagrar que existían entre los edificios. Más tarde, siguiendo el diseño original, volvería a levantarse la Ciudad Universitaria. A las Facultades iniciales se sumaron otras nuevas, como en la que yo estudié, la de Ciencias de la Información, que no se erigiría hasta 1971, no habiendo, pues, sido testigo del terror allí acontecido.
Mucha de la arquitectura defensiva fue destruida, pero otra, como estos tres búnkeres del Parque del Oeste que podemos apreciar en las fotografías, siguen aún en pie.
Fueron levantados por el Batallón de Zapadores nº 7 de la 71ª división del Ejército de Franco. Sólo esos tres quedan en pie de los más de 15 fortines que se construyeron a lo largo del Parque para unir sus posiciones entre el río Manzanares y el Hospital Clínico. Los tres están tapiados para impedir su acceso al interior, ya que durante los años 80 eran utilizados como lugar de concentración de drogadictos. Otra forma de batalla en la que sus “soldados” casi siempre tenían las de perder.
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