El castillo de Peñas Negras se erige sobre un cerro rocoso en el inicio de los Montes de Toledo, a sólo unos kilómetros de la localidad de Mora. Construido en forma de barco hace once siglos por los árabes, su ubicación, en plena ruta entre Toledo y Córdoba, lo convertía en una magnífica zona estratégica de defensa.
En el año 1131, el entonces alcaide Munio Alfonso arrebató la fortaleza a los almorávides, pasando así a manos cristianas. Fue durante la Baja Edad Media cuando el castillo fue utilizado como prisión de Estado.
Pero quizás lo más hermoso acontecido en torno a este castillo fue la historia de amor entre el rey cristiano Alfonso VI y la princesa muslumana Zaida, hija de Mutamid, rey de Taifa de Sevilla.
Eran tiempos duros para los reinos de taifas, nacidos de la disgregación del Califato. Por esta razón, y aunque Mutamid tenía uno de los reinos más fuertes, se vio obligado a ser tributario de los cristianos del Norte, en concreto de Alfonso VI. Durante años, los dos reinos fueron aliados y, era frecuente, que los ejércitos castellanos acudiesen en socorro de las tropas sevillanas, principalmente para sofocar rebeliones internas. Cuando Zaida contaba sólo 12 años entró en los acuerdos políticos que su padre intentaba cerrar con el rey castellano: la ofreció a Alfonso VI en matrimonio acompañada de una dote de numerosas plazas fuertes como Cuenca, Alarcón, Uclés, Ocaña, Consuegra y otras menores, que pasarían a manos cristianas.
El rey, seducido tanto por la inigualable belleza de la joven como por su dote, aceptó a Zaida como prometida. En aquel momento estaba casado con Inés de Aquitania, cuya enfermedad preveía un rápido desenlace que facilitaría la alianza con Zaida. El trágico destino de la joven reina Inés, de tan sólo 18 años, se cumplió tras un corto matrimonio de 4 años con el rey Alfonso.
Sin embargo, y a pesar de que se cuenta que, desde el momento en el que se encontraron por primera vez, se enamoraron, el tiempo pasaba y la fecha de la boda no llegaba a concretarse, ya que por aquel entonces constituía un auténtico escándalo que un rey cristiano se casase con una musulmana. Así las cosas, Alfonso fue contrayendo matrimonio con distintas princesas cristianas: de 1079 a 1093, fecha de la muerte de ésta, con Constanza de Borgoña, de cuyo enlace nació Urraca I de León; y de 1093 a 1099, momento en el que ella falleció, con Berta, de filiación desconocida, con quien no tuvo descendencia.
Las crónicas no dejan claro si Zaida finalmente llegó a contraer nupcias con Alfonso. Unas, la sitúan como concubina del rey antes incluso de la muerte de la reina Constanza, otras, fechan su matrimonio con el rey pasado el año 1100 y, precisamente habría sido el castillo de Peñas Negras la dote que el Alfonso habría entregado a su anhelada esposa.
Lo que sí parece indiscutible es que Zaida se desplazó hasta la corte castellana de Toledo para pedir ayuda a Alfonso ante el peligro que corría el reino de Sevilla, ya cercado, de caer en manos almorávides. Así fue, finalmente, y la joven tuvo que acogerse a la protección de su eterno prometido una vez fue apresada su familia en el sur. En este contexto, pronto se convirtieron en amantes y de esta relación extramatrimonial nació su hijo Sancho Alfónsez, que, tras la muerte de Constanza de Borgoña quedó legitimado y terminaría convirtiéndose en su único hijo varón y frustrado heredero al trono, dado que falleció a edad temprana en la batalla de Uclés.
También con Zaida, convertida al cristianismo bajo el nombre de Isabel, el monarca tuvo dos hijas, Elvira Alfónsez y Sancha Alfónsez. Pero la felicidad plena de Alfonso y Zaida sólo duró 7 años. A los 41 años, Zaida murió al dar a luz a Sancha y el rey, ya muy mayor, contrajo matrimonio con Beatriz, hija del duque de Este. Sólo un año después Alfonso moriría dejando como heredera en el trono a su hija Urraca.
Pero, volviendo al Castillo de Peñas Negras, muchos años después, en 1172, el rey Alfonso VIII terminaría donándolo, junto con la Encomienda de Mora, a la Orden de Santiago, si bien hoy es ya de propiedad municipal.
Poco queda del esplendor de la fortaleza que resultaba inexpugnable por el oeste, lugar en el que se abría un curioso postigo por el que se podía bajar desde el castillo a través de un pozo que tenía una escalera de caracol, de la que apenas se conservan tres peldaños.
El recinto principal cuenta en su centro con la torre del Homenaje, de planta cuadrada y posiblemente de al menos dos pisos en su momento, que lo divide en dos partes, hoy incomunicadas. También en el reciento principal hay restos de una atalaya en el sur, y en el norte, al final del alargado patio, restos de otra torre. La mayor parte de esta zona principal está separada del patio de armas por un estrecho foso excavado en la roca. En la muralla que separa los dos recintos hay un postigo que debió tener un puente levadizo, pues está abierto sobre dicho foso. En el lado este el castillo tenía una puerta de la que hoy sólo se puede apreciar una escalinata.
El recinto exterior está formado por un patio de armas alargado y limitado por un antemuro con varias torres, del que nos han llegado escasos restos. Este recinto posee una puerta al norte, abierta sobre grandes peñascos, y otra puerta más pequeña al sur, cerca de la escalinata que conduce al primer recinto. En la plaza de armas hay una entrada a un túnel, hoy tapado, que conducía a las estancias subterráneas.
Recorrimos lo que quedaba de la fortaleza imaginando su perdido esplendor y disfrutando de sus vistas, pero fue precisamente al salir de ésta cuando descubrí, de forma casual, lo que más suscitó mi interés de esta construcción. En un pequeño muro bajo un dintel de la puerta de salida me llamó la atención una inscripción a lápiz casi imperceptible: _________________________ lo que me llevó a pensar que este enclave fue utilizado durante la guerra civil por el ejército republicano. Ningún testimonio en internet ni en la memoria de sus vecinos que corrobore mi teoría … entonces ¿Qué significa esa inscripción?
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