El Palacio del Rei do Lixo (Rey de la Basura), también conocido como la Torre de Coina o el Palacio de la Bruja, está situado en una pedanía de la localidad portuguesa de Barreiro.
La finca en la que se encuentra este palacio había sido en el siglo VXVIII una propiedad rural de D. Joaquim de Pina Manique, político, caballero de la Orden de Cristo y hermano del intendente de Dña. Maria I y fundador de la Casa Pía de Lisboa, Diogo Inácio Pina Manique. Todavía podemos encontrar la marca de D. Joaquin en una cruz de Cristo tallada en una lápida de los muros de la quinta.
Más tarde, la propiedad fue adquirida, ya en el siglo XIX, por Manuel Martins Gomes Júnior, nacido en 1860 en el seno de una familia humilde, comerciante de éxito de Santo António da Charneca, que había construido un imperio de la nada después de prometerse a sí mismo cambiar de vida. Hasta lograr el éxito trabajó primero como empleado de una mercería en Lisboa. Con sus ahorros, regresó a Barreiro y compró un molino de agua enfrente de la Quinta de San Vicente (la que sería después la finca que albergaría su palacio). Se especula con que el primer gran empujón a su fortuna provino de un acto poco lícito. Según se cuenta, Manuel Martins contrató un seguro para su molino y, poco después, lo prendió fuego recibiendo la compensación estipulada en el contrado con la aseguradora.
Sea como fuere, convertido ya en terrateniente y para poder rentabilizar su adquisición, firmó un contrato con un gran exportador de carnes, Manuel M. G. J., a quien le ofreció un espacio para los cerdos y con quien comenzó el negocio de exportación en ese sector. Debido a su innata virtud para los negocios y a su carácter emprendedor, Manuel Martins se hizo con el control de la recogida de basura en los distritos de Lisboa (la basura en esos tiempos se reducía, básicamente, a materia orgánica), transportándola en sus barcos hasta Coina para que ésta sirviese de alimento a los cerdos. Esta ocupación le valió el sobrenombre de “Rey de la Basura”.
Durante los siguientes años, Manuel trabajó en la agricultura haciendo de prestamista para que los vecinos propietarios pudiesen cultivar la tierra. Para desgracia de estos últimos, vinieron años malos y Manuel Martins no estaba dispuesto a perdonar los intereses, por lo que tomó una decisión radical, se anexionó las parcelas de su deudores, consiguiendo así una finca de más de 300 hectáreas a la que rebautizó con el inquietante nombre de “Quinta del Infierno”.
A pesar de todo, quizás por sus orígenes humildes, Martins estaba muy sensibilizado con los problemas de su región, así que dedicó parte de su creciente fortuna a proteger a los pobres, financiar proyectos, construir la primera escuela de enseñanza primaria de la pedanía (1906) e, incluso, fundar la Compañía Agrícola Nacional.
Probablemente masónico, profundamente ateo (al menos en apariencia) y republicano convencido, se convirtió en una figura de gran peso político que, tras la Revolución Republicana de 1910, mandó construir el Palacio de Coina, con su “Torre del Diablo”, al tiempo que trasformaba la capilla en un almacén y un establo y bautizaba las fragatas con las que transportaba la basura con los nombres de Mafarrico, Mefistófeles, Demo, Diablo, Satanás, Belzebú, Horrífico, Caronte, Plutón, Averno y otros apelativos escogidos cuidadosamente para molestar a la conservadora y católica sociedad. Este hecho se reveló como una desafortunada provación al régimen eclesiástico secular depuesto tras la Revolución, algo que le procuró la eterna fama de ateo antideísta impenitente, dotado de una personalidad inestable y poco afectivo.
Respecto a los motivos que le llevaron a construir el palacio, algunos dicen que respondían al propósito de habitarlo, otros que al de poder admirar desde él sus vastas propiedades de Seixal y otros que, simplemente, quería hacer con él una demostración de su grandeza y poder. Algunas teorías basadas en la complejidad que suponía transitar por el laberíntico edificio apuntan a que el Palacio estaba destinado a convertirse en la nueva sede de la Masonería, ya que, dicen, ésta había ardido hacía poco tiempo, aunque no existen datos sobre ningún incendio en ninguna de las sedes masónicas conocidas de la época.
Lo cierto es que ni Manuel Martins Gomes Júnior ni su familia habitaron nunca esa Quinta (dado que las obras tuvieron que ser interrumpidas entre 1913-1914 por falta de dinero para financiar los ricos materiales que se habían escogido para su construcción, dejando el inmueble incompleto), pero el hecho de haber adquirido una finca cuyo primer dueño estaba ligado a la realeza y dado el imponente aspecto realengo de la construcción en altura, el palacio quedó para siempre ya bautizado como el del “rey de la basura”.
Nunca se reconoció la intención última de la actividad de Manuel Martins: contribuir a la higiene pública de la capital, entonces víctima de una frágil cultura profiláctica, aunque al mismo tiempo, tampoco se podía pasar por alto su perspicacia empresarial que atisbó una forma gratuita de aumentar su riqueza. Se suele decir que su proyecto constituía una venganza contra la vieja monarquía republicana y los antiguos cortesanos, “cerdos y sucios”.
Manuel Martins Gomes Júnior murió en 1943 en su Quinta da Alfarrobeira, víctima de fiebre amarilla, por mucho que la leyenda popular insista en que su muerte se produjo en circunstacias extrañas que nunca fueron aclaradas (su biznieta, Patricia Martins, nieta de Proserpina, despejó esta incógnita en 2011, al tiempo que daba a conocer que parte de su familia se mudó en el momento de la muerte de su bisabuelo a Río de Janeiro, donde algunos residirían hasta el fin de sus días, y otros, se mudaron o nacieron, como ella misma, en Estados Unidos).
Un día después de su muerte, fue enterrado en el cementerio de Alto de São João en una simple tumba abierta en el último momento en la parte trasera de unos majestuosos depósitos, teniendo por última mortaja un ataúd de pino forrado en paño negro y acompañado por unas cuantas personas de su familia y media docena de amigos.
Con su muerte dejó un enorme legado de propiedades, como La Quinta de la Trinidad, situada en Seixal, cuyo origen se remonta al S.XIV con la fundación de un convento para la orden religiosa de la Santísima Trinidad, que también construyó en el mismo espacio una ermita llamada “De la Buena Virgen”. En esta Quinta, el terremoto de 1755 provocó graves daños tanto en su ermita como en el convento y, en 1834, con el Decreto de Extinción de las Órdenes Religiosas en Portugal y la nacionalización de sus bienes, pasó a formar parte de la Hacienda Pública y, posteriormente, fue vendida a Joaquim Inácio de Lima, quien introdujo algunas mejoras y la convirtió en una explotación agrícola.
Ya en 1908 la finca estaba en manos de Manuel Martins Gomes Júnior, que reconstruyó el edificio bajo el nombre de “Castelinho” (Castillito) y colocó en su exterior múltiples ejemplares representativos de los más diversos géneros y tendencias decorativas de la azulejería de la zona. Tras la muerte del “Rey de la Basura”, su hija Cibele Martins Gomes Duarte, cedió el edificio al Partido Socialista en 1975, ya como edifício residencial clasificado como Inmueble de Interés Público desde 1971.
El Rey de la basura también dejó con su muerte una importante herencia económica, parte de la cual fue donada a diversas instituciones religiosas, entre la que se encontraba la de la Misericordia de Coina, para que se crease allí una escuela gratuita para ambos sexos. Tampoco podemos obviar que también fue él quien donó la casa en la que se fundaría la Sociedad Filarmónica Unión Agrícola, sita en una de las principales calles de la localidad de San Antonio de la Charneca, que recibió el nombre de Manuel Martins Gomes Júnior.
En concreto, el Palacio del Rey de la Basura pasó a manos de su yerno, António Ramada Curto que, en 1957, la vendió a los grandes terratenientes e industriales Joaquim Baptista Mota y António Baptista José Mota, quienes retomaron el cultivo en la finca, mejoraron sus jardines palaciegos incrementando la piscina, restaurando la pérgola, el laberinto vegetal, las escaleras de piedra, la huerta con sus palmeras y la capilla. Fue entonces cuando la Quinta del Infierno pasó a llamarse Quinta de San Vicente y se constituyó la “Sociedad Agrícola de la Quinta de San Vicente”, transformando la propiedad en una importante explotación frutícola.
En 1972 la finca se vendió al conocido constructor de la Margen Sur del Tajo, D. António Xavier de Lima, quien la adquirió con la intención de transformar el palacio en una posada con cerca de 85 cuartos. Sin embargo, el 5 de junio de 1988, el palacio fue devorado por un misterioso incendio, lo que contribuyó a acelerar el estado de degradación del edificio. En declaraciones a la prensa, el propio Xavier aludía a la importante inversión que supondría su restauración. Poco tiempo después, ya abandonado el edificio a su suerte, se irían derrumbando las distintas plantas interiores que lo componían para transformarse en una gigantesca ruina en la que palomas y murciélagos conviven en armonía. Bienvenidos, pues, a lo que queda del Palacio del Rey de la Basura. Pero antes, permitidme ahondar un poco más en la biografía de este personaje de profundos claroscuros que me ha fascinado.
Casado con Maria de Oliveira Bello (1871 – 1967), puso a sus dos hijas legítimas los nombres romanos de Ceres y Cibele, y a las anteriores a su matrimonio, los de Proserpina y Flora. En cuanto a uno de sus sobrinos, recibió el nombre de Libertino, mientras que trató de ponerle el nombre de Libre Pensador a otro de sus ahijados. Como no fue autorizado, finalmente le llamó Rodas Nepervil. Todos estos nombres dan idea de la erudición y de la desaforada oposición al régimen eclesiástico de Manuel Martins, indicio de su afiliación al pensamiento hermético greco-romano adoptado por la Masonería de la época.
Siendo figura política de peso, desempeñó el cargo de alcalde de Santo António da Charneca, donde pudo demostrar con hechos su fidelidad al ideal republicano de una sociedad justa e igualitaria, ideal también recogido por la Masonería portuguesa a la que no hay constancia de que Martins, como su amigo y ejecutor testamentario el Premio Nobel de Medicina Egaz Moniz sí lo hacía, perteneciera, a pesar de que, como todos los republicanos de esa época, estaba de una u otra forma ligado a esa Orden.
Los permanentes conflictos; los vicios de los políticos aburguesados; el rápido olvido del ideal de sociedad justa y perfecta; la cada vez mayor dictadura republicana en la que el radicalismo embestía violentamente contra los principios elementales del régimen recientemente depuesto; y el pueblo fuertemente afectado por los golpes y contra-golpes militares que cambiaban continuamente la composición del Parlamento, llevó a desilusionar a Manuel Martins Gomes Júnior, quien fue apartado del círculo político del Partido Democrático de Alfondo Costa en 1913, y a pesar de eso, en 1922 apoyaría y financiaría a la dirección del pequeño Partido Radical, probablemente con la intención de contribuir a la restauración del ideal republicano, seriamente dañado tras el revés sufrido por Portugal tras la IGM y, más tarde, con el asesinato de Sidónio Pais.
El anti-deísmo del que hacía gala Manuel Martins seguramente fuese más una fachada que una fuerte convicción íntima, ya que, en contraste absoluto a esa especie de jacobismo mezclado con un regusto de anarquista bon-vivant que profería y que le hacía reprender a su esposa por emplear aceite para encender velas en la capilla de su casa en lugar de usarlo para freír bacalao o patatas, dejó en su testamento (en el que consta su fabulosa fortuna de 34.552.370.000 escudos: 24.152.000 escudos en bienes inmobiliarios y 9.050.000 escudos más) una importante donación económica a las Misericordias Franciscanas para la escuela que fundó; a la Casa de la Misericordia de Lisboa; a la Santa Casa de la Misericordia de Alcácer do Sal; a la Santa Casa de la Misericordia de Setúbal; y a la Santa Casa de la Misericordia de Barreiro, a esta última con la condición de mantener permanentemente una escuela mixta y gratuita. Además, también contribuyó ampliamente a reconstruir la desmoronada capilla de Nuestra Señora de los Remedios de Coina y convertirla en una iglesia más digna.
Por su parte, el Palacio de la Quinta del Infierno presentaba signos claros de simbología con fondo deísta, conocimiento esotérico en boga en la época de su construcción, esto es, la Masonería Iniciática, que no tenía más de simbología espiritual que de política temporal. No es cierto que la edificación se previese como futura sede masónica en sustitución de una que había ardido, ya que no existe ni una sola noticia al respecto de que alguna de las Logias de Lisboa o de su margen sur hubiesen sufrido un incendio. Lo que sí es cierto es que el edificio, cuya estructura podía causar extrañeza en las gentes del lugar, fue construido por arquitectos masónicos que dejaron señales de su afiliación de acuerdo con la voluntad expresa de su propietario, sin mayores profundidades en el pensamiento esotérico.
El símbolo más evidente que podría conjeturar la afiliación de Manuel Martins Gomes Júnior al pensamiento esotérico está en los grabados que se encontraron en sus objetos personales, en las fragatas, en las herramientas agrícolas y hasta en los cencerros del ganado: una media luna vertical con las puntas hacia dentro, símbolo islámico y muy común en el Alentejo, cuya etnografía popular le confería propiedades mágicas y una estrella de cinco puntas, símbolo del Rey Salomón y de la protección absoluta.
Volviendo al Palacio del Infierno, la señal esotérica más evidente radica en su laberinto, tanto vegetal (en el jardín) como el de piedra (en la misma disposición del palacio). Discurrir por el edificio podía ser bastante complicado para el visitante al tratarse de una especie de laberinto, cuyo significado entronca directamente con el mundo de la tradición iniciática que bebe de las aguas del laberinto cretense del palacio de Minos y su minotauro, y de los supuestos secretos de alquimista que guardaba el rey Salomón. Pero, en definitiva, el laberinto expresa el caminar del hombre por el interior de sí mismo, representado ese interior en el Palacio del Infierno por una cueva, expresando lo que hay más de misterioso y sagrado en él.
Respecto al apelativo escogido de “Infierno” habría mucho que contar desde el punto de vista de las concepciones que de éste hacen las diversas civilizaciones, pero en lo que sí se puede decir que coinciden todas ellas es en la creencia de que, mientras los no iniciados, al fallecer, sucumbirían ante el infortunio de vivir eternamente en un horrible abismo, por el contrario, los iniciados, los elegidos, los sabios, los puros o los héroes, serían conducidos a un mundo en el que se les prodigaría felicidad eterna. Y también en esto se integra Manuel Martins cuando, al morir, “hace las paces” con la iglesia, si es que en algún momento estuvo a mal con ella realmente, encomendándose a la Misericordia Divina (María Santísima, madre de la Misericordia, que perdona los pecados de la humanidad por la Santísima Trinidad).
Precisamente el Palacio del Infierno sigue una estructura dispuesta en tres cuerpos (contando con su gruta) que constituyen una figuración de la Santísima Trinidad dispuesta en planos también distintos: la torre (el Cielo o el mundo del Padre), el edificio (la tierra santificada por la presencia del Hijo) y la gruta para el Infierno, entendido como lugar interior (donde de sí mismo da a luz el Espíritu Santo a la Creación Universal).
Pero el sentido iniciático evoluciona al concepto de Torre de Babel (en su sentido etimológico de “Puerta del Cielo”, como torre-templo destinado al culto de los astros y el sol).
Es bastante probable que Manuel Martins Gomes Júnior ignorase todos esos conocimientos iniciáticos, pero también lo es que algunos de los constructores del palacio pudiesen conocer fragmentos de los mismos, trasponiendo al palacio un paralelismo en el que se incluirían tanto la torre del edificio como el propio río Tajo (haciendo las veces del mar de la Atlántida en cuya margen se levantó la célebre Torre de Babel).
Es posible también, que, además de una demostración de su poder y grandeza, con esta construcción se quisiera honrar la memoria del desparecido Castillo de Coina, destruido durante la conquista de la margen sur del Tajo por los árabes, acontecimiento durante el cual la Orden de los Templarios y de Santiago tenían primacía.
Diversos filólogos afirman que el nombre de Coina deriva de “Água Boa” (agua buena), memoria ultramarina de la Atlántida. Lo que parece que reúne más opiniones coincidentes entre los historiadores es que hace 800 años, en Casal del Obispo, existía una población que se llamaba “Equabona” y tenía un castillo. El nombre del pueblo habría ido evolucionando hasta el actual “Coina”. Este castillo resultó destruido durante la ofensiva árabe y fue reconstruido con la reconquista de Sancho I pero, a pesar de todo, habría desaparecido de la faz de la tierra hace muchos siglos.
Memoria del pasado más remoto o no, lo cierto es que esta peculiar construcción está a punto de perderse también en el polvo de la historia a no ser que las distintas administraciones y la propiedad actual de la finca tomen, con carácter de urgencia, las medidas oportunas para remediarlo.
Y ahora sí, bienvenidos al Palacio del Rey de la Basura:
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