Fuerte de Juromenha

Cuenta la leyenda que entre estos muros vivía encerrada una bella princesa visigoda llamada Menha a la que su hermano, completamente loco de pasión por ella, aspiraba a poseer. Se dice que a su indecoroso juramento ella siempre respondía "Jura Menha, que no", exclamación que terminaría por dar nombre al lugar. Pese a lo novelesco de la historia, es bastante improbable que así sucediera porque, para entonces, el poblado ya recibía ese nombre y lo hacía casi desde la época romana. 

 

El día en el que lo visitamos, el Guadiana estaba precioso en su inmensidad por las lluvias recibidas y el embalse de Alqueva. Árboles cubiertos hasta las copas y ramas sumergidas bajo el espejo del agua. Y allí, recortado de un cielo azul de primavera, se pintaban los grises de las mismas piedras que antaño defendieron a su población de los árabes y, posteriormente, de la furia conquistadora española.

 

Descartado el proyecto del ingeniero italiano Pascoelo para redoblar la defensa ante los españoles, el fuerte tal y como hoy lo intuimos, fue inicialmente proyectado por el ingeniero jesuita holandés Cosmander pero, ante lo elevado de su coste fue pospuesto hasta que el militar francés Langrés diseñó un trazado más barato que aprovechaba los restos de un antiguo castillo islámico-medieval, el mismo en el que se celebró el malogrado matrimonio de Alfonso XI de Castilla y la Infanta doña María y, antes, el de Alfonso IV de Portugal con Beatriz de Castilla o el de Pedro I con Doña Constanza de Castilla.

 

El fuerte terminó por caer en manos españolas en 1662 y no fue devuelto a Portugal hasta la firma del tratado de Lisboa en 1668. Casi un siglo después, la fortaleza sufrió graves daños por el terremoto de Lisboa, pero la tragedia ya se había cebado antes con sus ocupantes: en 1657 un polvorín explotó sesgando la vida de toda la guardia, en su mayoría compuesta por jóvenes estudiantes de la cercana Évora.

 

Más tarde, en 1801, en la que se denominó la "Guerra de las Naranjas", Juromenha volvió a manos españolas y no regresó a poseer su actual nacionalidad hasta 1808.

 

Nosotros paseamos entre las concurridas ruinas, apreciamos su muralla interior romano-medieval y su fortificación abalaurtada exterior y nos introdujimos en las pocas edificaciones que aún quedan en pie: la casa del gobernador, el pequeño ayuntamiento, la iglesia de la Misericordia y la iglesia matriz, con su altivo campanario.

 

Estas construcciones, abandonadas por sus habitantes en los años 20 del siglo pasado como consecuencia de una tremenda epidemia de peste, fueron utilizadas como corrales y graneros. Nadie volvió a vivir entre los muros fortificados, entre otras cosas, por la falta de agua que padecía.

 

Actualmente, la fortaleza está completamente abandonada a su suerte a pesar de las numerosas visitas que recibe y de un plan de recuperación aprobado en 2005 pero nunca puesto en práctica. Como siempre, esperemos que no sea demasiado tarde...

 

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Sobre mí:

Curiosa por naturaleza, desde niña me embelesaron los ecos pasados que se me antojaban atrapados entre las paredes de los lugares abandonados que iba dejando atrás desde el coche de mi padre. Hoy, un poco más dueña de mis pasos, los dirijo allí para admirar la belleza oculta entre sus ruinas, inmortalizarla con mi cámara e indagar en la verdadera historia que, en otros tiempos, les dieron vida. Estos son mis locus amoenus ¿me acompañas?