Quinta da Torre de Aguilha

En una de las muchas escapadas que solemos hacer al país vecino presté más atención de lo habitual a unas ruinas que ya habían suscitado mi interés en el pasado. En realidad, cuando digo que “presté más atención de lo habitual” lo que quiero decir es que utilicé todos mis recursos de presión (casi coacción) para alterar algunos de los planes que teníamos en mente con el propósito de visitar mi nuevo objeto de atención. Y allí fuimos, a inspeccionar y fotografiar lo que queda de la Quinta da Torre de Aguilha.

El origen del topónimo “Torre da Guilha" ha tenido varias interpretaciones. Hay quien dice que el término “guilha” significa “colina abundante de cereales”, justo una de las cualidades de esta finca que cuenta con un terreno para cultivar el trigo. Por su parte, “torre”, podría provenir de “turris”, denominación que los romanos daban a las casas de campo o terrenos agrarios de cierta extensión. Además de terrenos agrícolas, allí existía un importante filón de mármol rojo.

Aunque no se conoce con seguridad el momento en el que esta finca empezó a existir, sí que aparece registrada en São Domingos de Rana desde finales del siglo XVI. En aquellos albores, la quinta pertenecía a la II Condesa de Camarido, Dña. Maria Isabel Freire de Andrade e Castro, quien vendería la propiedad a los Norton, una familia inglesa que la transformó en una granja..

Lo siguiente que se sabe de esta quinta es que D. João V mandó construir al arquitecto Rebelo de Andrade un imponente palacete que dominaría desde entonces el alto de la finca con una suerte de torreones, barandillas y tejados terminados en punta que le conferiría a esta casa moderna y cómoda el aspecto de una antigua casa de campo aunque, a tenor de mi percepción, también y, quizás, mucho más, un exótico aspecto oriental que me fascinó.

Se cuenta que se aprovecharon parte de los restos de un convento que allí existía para la obra, aunque no es un hecho que esté documentado. De lo que sí ha quedado constancia es de la compra por parte de la Congregación del Espíritu Santo en junio de 1948.

Dos años después fue colocada y bendecida la primera piedra del actual seminario que ocupa parte de la extensa finca, acto al que acudieron las autoridades civiles y religiosas del momento.

Mientras que este seminario siguió su andadura y aún en nuestros días presta idéntico servicio, el palacete, antaño lujoso y vistoso, se vio reducido prácticamente a la ruina tras un incendio que se produjo en los primeros años de la década de los 70 cuando la finca, aún convertida en granja, se destinaba a la explotación del ganado vacuno y avícola.

Según cuenta un antiguo habitante de la Quinta que pasó allí su infancia trabajando con los religiosos ordeñando vacas para obtener la leche que se vendía por la tarde y cultivando las fértiles tierras que rodeaban el palacete, el que fuese responsable del enorme gallinero - que surtía de huevos a toda la comarca – provocó de forma accidental un incendio que  acabó con gran parte del palacete. Pese a que se intentó continuar con las actividades agropecuarias, poco a poco fueron decayendo y la finca, con su palacete en ruinas, terminó por venderse a un promotor inmobiliario.

Por desgracia, como sucede en otros casos del país luso, este nuevo propietario está encontrándose con multitud de impedimentos por parte de la Cámara Municipal que no aprueba su proyecto de rehabilitación, algo realmente sorprendente si desplazas la mirada sólo un par de metros pasada la linde de la emblemática finca para descubrir un supermercado con su parking, cuya construcción sí fue permitida. Una imagen y un hecho entre lo grotesco, lo bizarro y lo lamentable.

En la antigua área de cultivo, al sur del palacete, aún se puede ver una noria, un acueducto, un aeromotor y una antigua cantera, en tiempos muy importante en la producción de mármoles rojo que sirvió para la construcción de la capilla de la Quinta de Manique y de la capilla mayor de la iglesia de Nuestra Señora de Gracia en Lisboa. Tanto el palacete como el jardín y la capilla que se erigió en la finca en honor a Santa se encuentran en ruinas junto a sus maltratadas dependencias agrarias y ganaderas. 

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Sobre mí:

Curiosa por naturaleza, desde niña me embelesaron los ecos pasados que se me antojaban atrapados entre las paredes de los lugares abandonados que iba dejando atrás desde el coche de mi padre. Hoy, un poco más dueña de mis pasos, los dirijo allí para admirar la belleza oculta entre sus ruinas, inmortalizarla con mi cámara e indagar en la verdadera historia que, en otros tiempos, les dieron vida. Estos son mis locus amoenus ¿me acompañas?