Quinta dos Ingleses

La Quinta do Esteiro Furado, también conocida como Quinta de los Ingleses, es una conocida finca agrícola ubicada en Sarilhos pequeños resultado de la unión de de otras dos propiedades allá por el S.XVII, la Quinta do Brechão y la de Martim Afonso.


La Quinta, de 150 hectáreas, es Patrimonio Histórico, Arquitectónico y Agrícola. También es Reserva Agrícola Nacional y Reserva Ecológica Nacional, no en vano constituye una zona de especial protección especial del estuario del río Tajo, con un patrimonio avifaunístico excepcional de concentración de muchas especies de aves protegidas de Europa.

Poseía un palacete, una capilla o ermita, campos de labor, oficinas de mantenimiento, garajes para los carros y carrozas, almacenes para productos hortícolas, establos, alambiques, casas para sus trabajadores, un enorme depósito de agua que también abastecía a los navíos del Tajo; almacenes para guardar herramientas; un molino de moler, ya desaparecido, llamado “Froje”; y cinco salinas que dependían directamente de la quinta:  Bombaça”, “Sarjeda”, “Guisada”, “Arvéloa” y “Furadinho”. Con excepción de los campos de labranza y del esturión (ahora más enarenado), todo lo demás ha desaparecido o está en ruinas y ha sido víctima del vandalismo. El propio río contenía elementos naturales que proporcionaron gran actividad de trabajo a la gente de la región: cosecha de ostras y su cáscara; pesca artesanal, tráfico marítimo, etc.

Respecto a la Quinta do Brechão, cuya portada aún existe, contaba con un altar dedicado a Nuestra Señora de la Piedad, en el que también estaba San Antonio y San Francisco, u era administrado por António Luís da Silva e Araújo. Se dice, aunque no se ha podido corroborar, que en este mismo lugar, durante los siglos XVII-XVIII, existió un Hospicio de las Hermanas de la Esperanza en el que se daban baños de aire y mar en “Ponta d’Areia”

La Quinta do Esteiro Furado se comenzó a edificar, pues, entre los años 1718 y 1721. Aunque no existe registro sólido de que en su origen tuviese como objeto el de servir al culto religioso, las características de su arquitectura parecen apuntar en esa dirección: la fachada está desprovista de ornamentación si obviamos las escaleras que daban acceso a la planta superior y los torreones. Parece, además, que una de esas torres tiene una Cruz de Santiago, y existe una ermita en el complejo dedicada a la Santísima Trinidad (aunque a veces se le atribuye el culto a S. Giraldo) que fue ricamente decorada con azulejos policromados. La ermita tiene un pequeño coro en la parte alta que le confiere un aire más romántico y una apariencia de pequeña iglesia.

La capilla de la Quinta fue construida en 1629. Tiene una torre de tipo señorial, con una insignia de la Orden de Santiago. En su fachada, junto a la entrada, todavía existe una lápida con la Cruz de Santiago y el siguiente epitafio: “Esta ermita se construyó, mandada por Inés Velosa, en honor de de la Santísima Trinidad en el año de 1629”. Dentro de la capilla hay una piedra tumular, cambiada de lugar y muy maltratada, de Giraldo Huguens (fallecido en 1657 y cuyo nombre da pie al error de atribuir el culto de la capilla a San Giraldo), su esposa Inés y su hijo Mel Hugens y demás sucesores, administrador de la ermita. En la pared lateral derecha del interior de la capilla, había una inscripción sobre azulejos que también fue arrancada y que rezaba: “Esta obra se hizo con azulejo en el año de 1657”. Por desgracia, la que fuera hermosa ermita sufrió no pocos actos vandálicos durante la década de los 90.

Ya en la parte trasera del palacio encontramos una galería de columnas que más asemeja la construcción a un convento que a un edificio civil. Esta galería servía para dar acceso al personal de servicio. En la primera planta, el cuerpo principal de la casa se divide en dos partes, desembocando en una impresionante terraza desde la que contemplar la maravillosa estampa natural que la rodea.

Según el testimonio de una descendiente de la familia que aquí habitó, esta Quinta pertenece al mismo linaje desde aproximadamente el año 1800, fecha anterior a la extinción de las órdenes religiosas que sucedió en 1834. Si no hubiese error en sus palabras, la hipótesis de que el edificio era antes clerical se vendría abajo, de lo contrario, pudo ser muchas de las propiedades que, por ese motivo, se vendieron en subasta pública.

Apoyando la primera tesis encontré un dato buceando por internet que venía a decir que, hasta 1834, precisamente el año de la extinción de las órdenes religiosas a la que me he referido, Esteiro Furado fue propiedad de la corona y regida por administradores, entre los que bien pudo estar la Orden de los Caballeros de Santiago. Desde su construcción, la finca pasó a tener distintos propietarios, y no todos de la misma familia como el testimonio encontrado apuntaba: Rui de Miranda, Caballero de la Casa Real de D. Sebastião; Gerarldo Huguens, flamenco (a cuya lápida mortuoria he aludido); Manuel de Oliveira de Abreu e Lima, nieto del anterior propietario y proveedor de tabaco Alfândega a la Corte; Luís José Pereira; Paulo Nunes y Domingos Garcia; Tomaz Creswel y Marta Creswel; Lord Buknall y Carlos Creswel; y João Manuel (Chumbeiro). El 30 de diciemnbre de 1972, la Quinta fue comprada por António João da Silva, y estuvo en manos de sus herederos hasta 2007, fecha en la que la adquirió  

En 1863, Domingos Garcia vendió la quinta do Esteiro Furado a los ingleses, Tomaz Creswel y su mujer Marta Creswel. En 1890, cuatro años después de la muerte de Tomaz, ya hay constancia de que en la finca existía una pequeña fábrica de corcho con ocho operarios.

En 1908, Lord Bucknall y Carlos Creswell (hijo de Tomaz y Marta), propietarios de la Casa Comercial Creswel & Cª, importante empresa de corcho de la región, ya poseían, además de la fábrica, un aserradero en la finca. Poco después, los ingleses empezarían a utilizar la capilla como almacén de leña.

Poco queda ya de su grandiosidad, pero aún podemos admirar lo que queda del palacio, del molino de agua, y del puerto privado donde los productos que se fabricaban eran embarcados con dirección desde este esturión del Tajo a Lisboa.

Por otra parte, María Filomena Folgado dice ser descendiente de los propietarios de la Quinta mucho antes de la llegada de los ingleses. Parece que su tatarabuelo, un hombre muy adinerado, siendo propietario de Esteiro Furado, hizo casar a su hija de 14 años con uno de sus amigos, un tal José Garcia, un hombre de más de 50 años que, al contrario de lo que esperaba su suegro, no sólo no administró con sensatez el vasto patrimonio que le dejaba, sino que, además, fue dilapidando la fortuna familiar dejando tras su muerte a su mujer y a sus tres hijas, una de ellas la bisabuela de María Filomena, en la absoluta miseria. Este señor perdió un palacio en Lisboa que hacía las veces de residencia familiar y, respecto a esta Quinta, intentó venderla pero, dado su alto valor (tenía grandes rendimientos económicos provenientes de la agricultura, de la sal, del corcho, del agua que manaba de una caudalosa fuente, etc.) no consiguió ningún comprador que pudiese pagarla, por lo que decidió rifarla. Sólo en la tercera ocasión que lo hizo consiguió “deshacerse” de la Quinta, pero obteniendo por ella un precio ridículo.


Otra persona nos cuenta que, tras la marcha de los ingleses, la Quinta fue comprada por el tío de su bisabuelo, un tal João (seguramente se refiere a João Manuel, alias Chumbeiro, un hombre tan rico como solidario. Propietario de otras muchas casas en los alrededores, a su muerte, dejó en herencia a su hijo, de mismo nombre, además de una gran suma de dinero, la Quinta. Sin embargo, este hijo comenzó a tener problemas con las drogas y el alcohol, dejando la casa abandonada a su suerte (se cuenta que hasta hubo un tiempo en el que el ganado pastaba y transitaba con libertad por el interior de la casa). Cuando se dio cuenta de que estaba al borde de la ruina decidió volver a la finca, pero ya era demasiado tarde, la propiedad estaba tan arruinada como su economía, por lo que tuvo que arrendar una casa. Sin embargo, parece que en muchas ocasiones se paseaba por la Quinta con un arma para proteger la misma propiedad a la que había dejado indefensa tantos años, de los adictos a las drogas que la ocupaban, que incluso tenían su propia plantación de cannabis.

Desconocemos si fue él quien vendió la finca a António João da Silva y los herederos de éste último a su actual propietario, Xavier de Lima, viejo conocido en el país vecino por comprar edificios monumentales a los que deja languidecer sin prestarles atención con fines puramente inmobiliarios.

Pero, ¿por qué los ingleses abandonaron la finca? Respuestas hay para todos los gustos. Quizá sirva el testimonio de una amable señora con la que tuvimos el placer de conversar en nuestra búsqueda de la Quinta. Según nos contó, ella misma había trabajado allí en su época de juventud. Nos dijo que la extrema cercanía al río de la edificación hizo necesaria la construcción de un muro que lo protegiese de las crecidas. Narraba a continuación que, mientras aún estaba en manos de los ingleses, existiendo además de la fábrica de corcho una granja, estaba a cargo de la finca un capataz que solía beber más alcohol de lo aconsejable. Parece ser que una noche en la que estaba bajo los síntomas de la embriaguez, obligó a algunos de sus operarios a demoler gran parte del muro protector, hecho que coincidió con una de las subidas del río y que trajo consigo consecuencias desastrosas para la Quinta.

Sea como fuere, el muro al que se refería nuestra interlocutora aparece medio derruido en casi su totalidad lo que, pese a lo que pudo provocar entonces, lo cierto es que ahora permite contemplar unas espectaculares vistas del atardecer dorado reflejándose en las aguas del río y en su vegetación. Como siempre, la melancólica belleza de un pasado en ruinas.  

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Sobre mí:

Curiosa por naturaleza, desde niña me embelesaron los ecos pasados que se me antojaban atrapados entre las paredes de los lugares abandonados que iba dejando atrás desde el coche de mi padre. Hoy, un poco más dueña de mis pasos, los dirijo allí para admirar la belleza oculta entre sus ruinas, inmortalizarla con mi cámara e indagar en la verdadera historia que, en otros tiempos, les dieron vida. Estos son mis locus amoenus ¿me acompañas?