Este parque acuático lleva más de 20 años cerrado. Abrió sus puertas a principios de los años 90 pero su periplo de juegos infantiles, salpicaduras de agua y pieles bronceadas duró sólo un par de años. Hay quien dice que su construcción sólo obedecía a un asunto de blanqueamiento de dinero; otros aluden a la falta de patrocinadores y a las abrumadoras deudas e, incluso, a la falta de permisos de apertura como motivo de su cierre; y las explicaciones más escalofriantes señalan que los motores que servían para provocar las olas de su gran piscina causó la muerte de un niño por succión. Seguramente esta última se trate de una mera leyenda urbana, pero por aquella época de máximo apogeo de este tipo de parques, recuerdo en mi imaginación infantil la terrorífica mella de terror que esta posibilidad, que pululaba cual banda sonora por todos los parques acuáticos, me produjo.
Hoy, navegando por la Red, descubro que ese mito no era tal, sino que se cobró realmente varias víctimas mortales a lo largo del planeta (sin ir más lejos, un niño de 11 años murió succionado en agosto de 1987 en Acuadiver, un parque acuático que había en la Platja d’Aro), pero continúo sin haber podido averiguar si también sucedió así en el L’Aquàtic. En fin… me alegro de no haber sido nunca gran amante de este tipo de atracciones.
El Aquàtic Paradís tenía un diplodocus con gafas de sol por mascota. Aún puede reconocerse descolorido en el tótem que se alza en lo que fue el parking. Su nombre ponía prefijo a todas las atracciones y servicios: Dinokamicaze, Dinoburger, Dinopizza e incluso Dino Paradís, ya que al caer la noche el parque se convertía en una enorme discoteca.
Desde su cierre y abandono el parque ha pasado por todo tipo de situaciones. Durante mucho tiempo mantuvo sus puertas abiertas haciendo las delicias de skaters y graffiteros, pero también de familias que aprovechaban sus caminos para pasear y desfogar a sus pequeños e, incluso, de un grupo de música amateur que se servía del espacio para ensayar sin molestar a los vecinos.
En 2006 la sociedad mercantil Atri S.A. adquirió el parque y firmó un convenio urbanístico con el ayuntamiento para construir un mega resort turístico, el Parc de las Arts 1 que, de no haber hecho presencia la crisis inmobiliaria, hubiese contado con un gran auditorio, un hotel, viviendas privadas, un parking, plazas públicas y jardines.
Más tarde, en 2009, desdeñado el proyecto urbanístico, los propietarios del parque firmaron un convenio con los Mossos d’Esquadra para realizar allí simulacros de situaciones de orden público y entrenamientos. Un cartel alertaba de esa nueva actividad bajo un “prohibido el paso, zona de prácticas de la policía” que, parece ser, era ignorado constantemente.
Hoy en día, el lugar, pintarrajeado de arriba abajo, se alquila por horas los fines de semanas a una empresa de airsoft que dota al lugar de un curioso paisaje de hombres y mujeres enfundados en todo tipo de uniformes de guerra, corriendo de un lado para otro provistos de sus falsas armas luchando por cumplir la misión que la partida del día les ha encargado.
Y así, con estos datos en la cabeza, nos dispusimos a entrar en este mítico parque rodeado por una zona residencial de aparente categoría (que se protege de visitas indeseadas con cámaras de seguridad) para fotografiar los mismos lugares en los que varias agencias de modelos y un grupo musical (una pista, su solista es Amaral) escogieron como escenario para sus sesiones de fotos y vídeos. Un lugar interesante en el que, con un poco de ilusión, aún parece oírse la algarabía de los niños correteando de un lugar a otro y disfrutando de sus toboganes.
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