Castillo del Infierno

Esta ubicación es una de las que metimos con pinzas en nuestro siempre atestado “plan de ataque” pero la relativa cercanía a otro de nuestros destinos terminó por llevar nuestros pasos hasta allí. No podemos decir que acudiésemos al lugar vírgenes de las truculentas noticias que sobre éste circulan, historias escalofriantes que han provisto merecidamente a esta torre del apelativo de “castillo del infierno”. No es ese el tipo de experiencias que normalmente vamos buscando para nuestras incursiones y esto, unido a que no soy gran amante de los castillos por lo impersonales que se me antojan, estuvo a punto de que pasásemos por alto este lugar… y nos hubiésemos arrepentido, la belleza del sitio mereció la pena, realmente es un lugar interesante.  

 

Principalmente, porque la edificación no es propiamente un castillo, sino más bien una casa señorial que fue habitada por distintos propietarios a lo largo de su historia y, al mismo tiempo, fue modificada en su arquitectura hasta encontrarla como lo hacemos hoy, prácticamente en ruinas. Lo que parece no haber modificado mucho su aspecto, a excepción de ligeras variaciones efectuadas en el siglo XIX, es la torre que da nombre al emplazamiento y de la que empieza a tenerse constancia documental desde el año 992 (por la venta que de ella hicieron los condes Ramón y Emngol a Ènnec Boffill) bajo el apelativo de Torre d’Eles, pasando a denominarse Torre de Cort o de Sacort durante el siglo XIV.

Nos encontramos, pues, ante una torre de defensa inicialmente perteneciente a la familia Cervelló que, con el tiempo, se vio ampliada con la construcción anexa de una masía fortificada, precisamente el lugar más afectado por el paso del tiempo. El nombre por el que la conocemos hoy, el de Torre Salvana, proviene de la familia que la ocupó a finales del siglo XVI y principios del XVII, la de la baronesa de Rialb, María de Alentorn y de Salvá. A su muerte comienza el desfile de descendientes que irían heredando y vendiendo la propiedad hasta llegar a manos de los Marqueses de la Manresana y Santa María de Barberá – no sin haber pertenecido incluso al Ayuntamiento de Barcelona antes de los Salvana - momento en el que la construcción comienza su decadencia por la guerra mantenida entre Jaime I y Joan II a comienzos del siglo XVIII y, al mismo tiempo, su descenso hacia el olvido y la destrucción. En 1895 el Boletín Provincial publicaba la solicitud de autorización de obras de defensa en la finca Torre Salvana presentada por su, entonces propietario, el Marqués de Barberá.

 

Sin embargo, parece que durante mucho tiempo después el lugar estuvo habitado. Buceando por internet he encontrado la necrológica de uno de sus moradores que falleció allí en 1928 a la edad de 67 años (D. Baudilio Amigó i Monné).  Existen testimonios de que la finca estuvo habitada al menos hasta la Guerra Civil. Hasta ese momento, parece que la edificación pertenecía a los Condes de Solterra. Cuentan que, poco más de treinta años antes, procedente de Barcelona, llegó allí una niña con algún tipo de deficiencia mental que vivió durante todo ese tiempo recluida en la planta superior de la construcción hasta su muerte.

 

Existen fotografías de lo que podrían ser los años 40-50 que muestran el edificio en buen estado de conservación y habitabilidad. Del mismo modo, algunos vecinos afirman que una pareja de hermanos vivió entre sus ya ruinas durante un tiempo, en la década de los 70 del siglo pasado. Posteriormente, se cuenta que en los años 80, unos hosteleros se interesaron por el castillo para emprender un proyecto empresarial pero finalmente no llegaron a obtener los preceptivos permisos del ayuntamiento.

Lo que sí parece constatado es que la torre tiene protección como bien de interés cultural pero no así la edificación anexa, de ahí el estado de abandono de esta última y el relativo buen estado de la primera.  

 

Hasta aquí la historia oficial del lugar, aquella que pueden constatar sus estudiosos. Y, a partir de este momento, su crónica negra, aquella que fluctúa entre las brumas de los inexplicable. Dicen algunos de los que hasta allí se trasladan atraídos por lo paranormal que han sido testigos de sucesos inexplicables: sombras que, velozmente, atraviesan el lugar ante la atónita mirada de los allí concentrados; apariciones de la figura de una adolescente vestida con camisón blanco y un disparo en la frente; ruidos similares a los producidos por los cascos de caballos al galope; fuertes estruendos retumbando entre las paredes; psicofonías perfectamente audibles y comprensibles; e incluso, piedras que saliendo disparadas a gran velocidad mientras se realiza una ouija, una práctica habitual en el lugar, o la sensación de que alguien te agarra fuertemente por la espalda.

Nosotros no vivimos nada de lo relatado y nos dedicamos a fotografiar el interior del lugar en el que encontramos algunos restos de la práctica de estas sesiones paranormales. Lo más peligroso que descubrimos allí fue la existencia de un pozo abierto de gran profundidad, tanta, que hay quien dice que lo conecta directamente con el infierno. Nuestro consejo es que se tenga muy en cuenta este dato si se realiza una visita nocturna ya que el agujero está muy próximo al lugar por el que suele realizarse la entrada.

 

Sí hubo algo que nos llamó la atención y que, posteriormente, llegó a helarnos la sangre. Colgadas de las argollas que penden bajo los dos arcos del interior del castillo descubrimos unas cuerdas cortadas. En mi ignorancia fotografié ambas, aunque no es la que guarda relación con el suceso que relataré a continuación la que subimos a la Web: Cuentan algunos lugareños (y he podido contrastar que se trata de una noticia absolutamente cierta) que el próximo 25 de abril hará 3 años que un hombre, vestido con pantalones marrones y camisa a cuadros, decidió quitarse la vida aprovechando una de esas argollas para disponer en ella una cuerda con la que ahorcarse. Pone los pelos de punta comprobar que parte de esa fina cuerda, cortada por la policía para liberar el cuerpo inerte, aún pende de la argolla que el atormentado individuo eligió para poner fin a su existencia. Fueron dos chicas de la zona que se habían desplazado hasta allí para hacer un botellón las que descubrieron el cadáver esa noche, las mismas muchachas que reconocieron al hombre como el que merodeaba las inmediaciones del castillo desde esa misma mañana.

Con el corazón encogido por la noticia abandonamos el lugar. No puedo negar que fui incapaz de dejar de pensar en aquel hombre al que me describieron también físicamente; en su desesperación; en la zozobra de su voluntad por continuar en “este valle de lágrimas”; en los motivos, desconocidos para mí, que le acorralaron de tal modo; en su premeditación; en la elección del lugar… en fin, como no soy nadie para juzgar los actos de los demás, sólo espero que descanse en la paz que, al menos en el momento de su terrible decisión, no tuvo en vida.  

 

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Comentarios: 1
  • #1

    yole free (sábado, 05 abril 2014 02:07)

    Excelente trabajo de tu pagina,un saludo a los dos

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Sobre mí:

Curiosa por naturaleza, desde niña me embelesaron los ecos pasados que se me antojaban atrapados entre las paredes de los lugares abandonados que iba dejando atrás desde el coche de mi padre. Hoy, un poco más dueña de mis pasos, los dirijo allí para admirar la belleza oculta entre sus ruinas, inmortalizarla con mi cámara e indagar en la verdadera historia que, en otros tiempos, les dieron vida. Estos son mis locus amoenus ¿me acompañas?