Visitar las ruinas del viejo pueblo de Belchite se hace ya previo pago y acompañados por un guía. Tiene su parte positiva, y es que el dinero recaudado servirá para restaurar (o más bien evitar una mayor degradación) el municipio fantasma, se controla el vandalismo y, además, el recorrido entre sus edificaciones se hace con el acompañamiento de un guía que va desgranando su historia. Pero también tiene su parte negativa, la de quienes gustamos de perdernos entre las ruinas, empaparnos de las sensaciones que la visita nos transmite e investigar después sobre lo vivido.
Sin embargo, en esta ocasión la historia que la mayoría albergamos en la cabeza antes de la visita choca con la realidad y es que, desde el primer momento, el guía hace hincapié en asegurar que la destrucción que estamos a punto de ver no se corresponde exclusivamente con los daños de la famosa batalla de la Guerra Civil, sino que, sobre todo, es producto del abandono al que fue sometido el pueblo, las condiciones meteorológicas y los saqueos. La destrucción que hoy observamos de este núcleo urbano no se debe, entonces, a la contienda, sino a estas causas y al propio material del que las casas estaban construidas, preparadas para aguantar en torno a 80 años, deterioro que se vio acelerado por los continuos robos de los materiales de valor. No obstante, para ser justos, hay que señalar que la profusión de los bombardeos que sufrió este municipio en el centro de su casco hizo que la mayor parte de las edificaciones de esa zona desaparecieran por completo.
En el año 1936 se produjo en España un golpe de Estado militar contra el gobierno legítimo republicano dirigido por los generales Sanjurjo, Mola y Franco. La resistencia de gran parte de la población hizo que el golpe no instaurase el nuevo orden de manera inmediata sino que produjo una cruenta guerra civil que duraría tres años y que desembocaría en una férrea dictadura de 36 años.
Los militares sublevados contaban con el movimiento fascista Falange Española, con los partidos políticos de derechas, con las milicias carlistas y las monárquicas, con los Legionarios y con la Iglesia católica, amén de con grandes sumas de dinero provenientes de familias adineradas a las que les convenía la instauración de un gobierno más cercano a sus intereses. Además, tenían el refuerzo de los gobiernos de Mussolini (Cuerpo de Tropas Voluntarias) y de Hitler (la Legión aérea Cóndor), en Italia y Alemania y, mas adelante, de los mercenarios marroquíes.
Por otro lado, permanecieron leales al Gobierno legítimo los partidos políticos de izquierdas, como el Comunista o el Socialista, sindicados anarquistas, como la CNT y gran parte de los ciudadanos que se organizaron en milicias pero que no tenían instrucción militar y, por supuesto, no conformaban un ejército profesional. Además, contaban con las Brigadas Internacionales, grupos de jóvenes, en su mayoría sin formación militar, que acudian, movidos por sus ideales, en defensa de la democracia y la libertad del pueblo español. La propaganda republicana aprovechó esta baza para presentarlas como soldados comunistas rusos profesionales y enviarlos como punta de lanza a las batallas más decisivas, aunque la realidad fuera bien distinta. Así, España, a medida que el ejército sublevado avanzaba, se vio dividida en dos bandos enfrentados pero con oportunidades desiguales.
En este contexto, el general Cabanellas consiguió que la sublevación militar fuese un éxito en la región de Aragón con la toma de Huesca, Teruel, Jaca y Zaragoza pero adheriendose sólo la mitad del medio rural. El ejército popular (republicano), destinaba entonces todas sus mermadas fuerzas y escasa artillería a sofocar la sublevación y a mantener los territorios leales. En este sentido, recuperar Aragón se convirtió en uno de sus objetivos estratégicos.
En verano de 1936, el anarquista Durruti, al mando de una columna de milicianos, intentó sin éxito recuperar Zaragoza. Sus filas se quedaron a tan sólo 22 kilómetros, pero el asedio a Madrid, sede del Gobierno legítimo, requirió la movilización de sus tropas hacia la capital abandonando el frente de Aragón. Por su parte, el gobierno sublevado, ya bajo el mando unificado de Franco, tras haber fracasado en la toma de Madrid en marzo de 1937, cambió su estrategia para realizar una ofensiva al Frente Norte (Asturias, Vizcaya y Cantabria) mal defendido por la República y poseedor de minas de hierro y carbón con las que poder fabricar armamento y municiones. La zona sería, de este modo, un punto de gran atractivo para ambos frentes.
El Ejército Republicano, sin instrucción militar ni armamento suficiente, poco podía hacer para auxiliar a las regiones del norte, pero sí podía aprovechar la concentración de tropas sublevadas allí para lanzar ofensivas a áreas menos defendidas con el objeto de distraer al ejército nacional. Habían fracasado en la restauración de Huesca y de Zaragoza y habían perdido muchos efectivos en ambas batallas, a los que habría que sumar los caídos en la Batalla de Brunete, que sólo adelantó 2km el frente de Madrid.
Y es en este instante cuando entran en juego pequeños núcleos como Zuera, Villamayor, Pina, Puebla de Albortón, Quinto y Belchite. El 24 de agosto, al amanecer, comenzó la ofensiva republicana que consiguió conquistar parte de Zuera y cercar Belchite, Quinto y Codo, donde 200 requetés defendíán la zona y, tras la contienda, fueron condecorados con la Laureada de San Fernando por su férrea defensa. Al día siguiente, el Ejército Popular intentó, sin éxito, tomar Villamayor, perdió Zuera pero, sin embargo, conquistó Quinto y Codo.
Los días 26 y 27, el Ejército Popular tomó Villamayor y Puebla de Albortón, mientras enviaba un desmedido número de tropas a Belchite que impidió el avance republicano hacia el norte y, con ello, llegar a las puertas de Zaragoza. Por su parte, los nacionales pretendían defender este sector a toda costa y empezaron a movilizar efectivos desde Madrid deteniendo la ofensiva republicana hacia el norte, lo que llevó al Ejército Popular a renunciar a la toma de Zaragoza y a concentrar sus esfuerzos en retener el terreno ganado y conquistar Belchite.
Belchite se convirtió entonces, casi de manera anecdótica, en objetivo de ambos bandos que, finalmente, cayó en manos republicanas en septiembre de 1937. Pero en el camino quedaron las localidades importanes, como Zaragoza, que podrían haber dado un vuelco al resultado de la contienda, lo que motivó el célebre y críptico telegrama enviado por el entonces Ministro de Defensa republicano, Indalecio Pietro, al General Pozas: "Tantas fuerzas para tomar cuatro o cinco pueblos no satisfacen ni al Ministerio de Defensa ni a nadie".
El asedio a Belchite se venía forjando desde el 25 de agosto, momento en el que los republicanos consiguieron cercar una localidad de 4.000 habitantes defendida con ametralladoras, barricadas en todas sus vías y atrincherados en todas las casas. A esta población se sumaban los 6.000 hombres de Enrique San Martín, entre falangistas, requetés y civiles armados capitaneados por su alcalde. La 11ª división de Líster y la 35ª de Walter (brigadas internacionales) tenían como objetivo, por parte del Ejército Popular, obligar a los defensores a replegarse en el casco urbano y a desmoralizarlos, cortándoles el suministro de agua en medio de una ola de calor y acometiendo los primeros ataques aéreos sobre el municipio. Lo consiguieron el 31 de septiembre, tras haber tomado la ermita, el cementerio, la fábrica de aceite y el vértice Voladizo. Dos días despues, tomaron el Seminario y la estación de ferrocarril y los tanques brigadistas llegaron a la calle Mayor donde se produjeron cruentos enfrentamientos. Entre algunos mandos, murieron el Comandante Luis Rodríguez Córdoba y el alcalde, Ramón Trallero, pero no bajo el fuego republicano, sino como consecuencia del estallido de uno de sus propios morteros mientras lo manipulaban.
Los días siguientes estuvieron dominados por la lucha cuerpo a cuerpo entre cadáveres esparcidos por las calles bajo el sol abrasador. Los defensores del pueblo utilizaron una red de túneles que conectaba todas las casas de Belchite y los republicanos se vieron obligados a entablar lucha casa por casa, pero eran superiores numéricamente y consiguieron que los defensores se replegasen entre las dos iglesias y el ayuntamiento. Finalmente, tras conquistar la iglesia, el ayuntamiento y el hospital y capturar a los heridos, los brigadistas estaban ya a punto de tomar la ciudad, pero antes, 300 defensores, a los que previamente se les había administrado la extremaunción, intentaron atravesar las líneas enemigas para llegar a Zaragoza. Sólo 80 lo conseguirían, justo el mismo día en el que cayó Belchite y finalizó la ofensiva sobre la capital.
En total, 2.500 bajas entre heridos y fallecidos en las filas republicanas y un número parecido de bajas en las filas nacionales, entre las que capturaron más de 2.400 prisioneros.
Pero Belchite no terminó su historia bélica en ese momento. El 10 de marzo de 1938 las tropas nacionales reconquistaron la ciudad y, pese a las promesas de Franco de reconstruir el pueblo, la ausencia de conducciones para el agua y el alcantarillado, y los daños estructurales de algunos edificios le llevaron a incumplir su compromiso y constuir Nuevo Belchite, con mano de obra compuesta por prisioneros republicanos que malvivían en un campo de concentración cercano, y a mantener las ruinas del viejo Belchite como reclamo propagandístico de la "crueldad sin límites" de los republicanos.
La población fue regresando al viejo Belchite para ocupar las casas que aún quedaban en pie. Pero no se limitaron a volver a sus hogares, los ciudadanos pertenecientes al bando vencedor ocuparon las mejores casas y condenaron al ostracismo a quienes consideraban los perdedores. Estos últimos fueron obligados a vivir a extramuros de ese viejo Belchite mientras el nuevo se levantaba, en barracones construidos a un par de kilómetros del que fuera su pueblo y que serían conocidos como la Rusia, hoy convertidos en almacenes, que también visitamos para revivir igualmente esa otra parte de la historia, esta vez, por nuestra cuenta.
El viejo Belchite estuvo habitado hasta el año 1960, momento en el que su último morador, Natalio Baquero, lo abandonó escribiendo previamente como despedida, en la puerta de una de las iglesias, las estrofas de una jota que fotografié.
Cabe señalar que muchos brigadistas encargaron a sus familiares que, a su muerte, sus cenizas fueran esparcidas por esa tierra en la que arriesgaron su vida por un ideal, ceremonia que aún hoy se sigue produciendo. De hecho, existe un monumento en honor a los caídos de ambos bandos en una esquina del viejo Belchite, un monumento que tuvo que ser protegido por un cercado dados los continuos ataques con símbolos fascistas al que se veía sometido.
Como mera anécdota, indicaré que los padres de Joan Manuel Serrat (él, sindicalista de la CNT y ella ama de casa) eran oriundos de Belchite, de cuyos bombardeos lograron sobrevivir para comenzar una nueva vida en Barcelona.
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