En nuestra hoja de ruta figuraba el pueblo abandonado de Pobla de Marmellar, en la sierra de El Montmell, pero se nos hizo tan tarde que, sin proponérnoslo, llegamos allí ya de noche. Frontal-linterna en ristre recorrimos el lugar y nos adentramos en algunas de las construcciones que aún quedan en pie, aunque ni mucho menos en todas. La escasa luz y lo abrupto del terreno desaconsejaban una visita en profundidad, así que, teniendo en cuenta que tampoco llevábamos con nosotros el trípode y que realizar fotografías con una mínima calidad iba a resultar misión imposible, nos dedicamos a vagabundear un rato por la zona sin más. En mi cabeza resonaban los ecos de la leyenda de un pueblo maldito que, sin ser el motivo que nos había conducido hasta él, no fui capaz de alejar de mi mente. Sin embargo, para evitar influir en modo alguno a mi acompañante, no compartí con él la información de la que disponía hasta haber dado por terminada nuestra visita.
Parece que en Marmellar, las duras condiciones de vida a la que se vieron sometidos sus habitantes tras la Guerra Civil, víctimas de los caprichos de un controvertido agente rural en ese monte ingrato, unido a lo complicado de su acceso, propiciaron su paulatino abandono que culminó en 1976 como consecuencia de un incendio. Hasta aquí, la sempiterna historia del despoblamiento de tantos y tantos municipios de la España rural. Mientras, también se fueron forjando las leyendas de apariciones, misas negras y sucesos extraños que suelen acompañar a este tipo de enclaves.
La historia de siempre. Sin embargo, en Marmellar, tal vez aprovechando como coartada esa aureola de misterio y maldición que ya teñía su reputación, se produjeron dos sucesos terribles.
En julio de 1993, con la muerte de las niñas de Alcácer aún coleando en la memoria colectiva de la sociedad del momento, una pareja de cazadores de la zona halló, hay quien dice que en la fosa exhumada del sacerdote de la localidad, el cuerpo calcinado de una mujer de cabellos oscuros y de entre 20 y 30 años de edad. Jamás se pudo identificar a la víctima, en avanzado estado de descomposición y con rotundos signos de violencia, seguramente abandonada allí desde la anterior noche de San Juan. Nunca se averiguó si la mujer fue trasladada una vez fue asesinada o si su muerte se produjo en aquel lugar. Lo que sí parece cierto es que su cuerpo fue quemado sobre el colchón de una cercana casa (cuyos restos aún son visibles) y que sus dedos fueron amputados. Frente a la iglesia de Santa Maria que domina el pueblo se encontraron dos hogueras y signos satánicos, quién sabe si como atrezzo para la escena de un crimen que nada tuvo que ver con ritos esotéricos y que pretendían confundir la línea de investigación policial.
Sólo tres años después, un día después de San Valentín, un agricultor halló el cuerpo de otra mujer asesinada, esta vez en una zona boscosa de la Urbanización Talaia del Mediterrani, término municipal de Marmellar, una urbanización que aspiraba a ser de lujo pero que, muy al contrario, no llegó a concluirse por falta de compradores, dejando tras de sí una pintoresca escena de edificaciones a medio terminar y de chalets de diversos y dudosos gustos y tipologías. En esta ocasión, la mujer fue rápidamente identificada. Se trataba de Ana María Barba, la empleada de 19 años de la gasolinera de una localidad cercana. El cuerpo de la joven apareció semidesnudo oculto bajo unos tablones. El o los autores del crimen se poderaron de las 40.000 pesetas que guardaba la caja registradora y secuestraron a Ana María muy probablemente con la intención inicial de violarla. El hecho de que no sustrajeran nada más de valor de la gasolinera y el lugar en el que se halló a la mujer hizo pensar a la policía que tal vez el único objetivo del rapto fue, desde el principio, abusar de ella y que el asesinato se pudo haber producido para impedir la dentificación de los culpables.
Ninguno de los dos asesinatos fueron resueltos y probablemente sus autores continúen en libertad. En aquel momento se llegó a barajar la existencia de una red criminal que operaba por la zona levantina del país.
Hablan algunos vecinos de idas y venidas de vehículos de muy alta gama desafiando el mal estado de los caminos que dan acceso al núcleo abandonado. Otros, aseguran haber visto grupos de encapuchados con capirotes y hay quien habla de un tercer asesinato acontecido hace más de 40 años. Lo que parece irrefutable es la falta de hospitalidad del propietario de unos terrenos cercanos al camino que desemboca en el pueblo. Carteles de "prohibido el paso" y de "propiedad privada" nos invitaban a dar la vuelta a cada instante, pero nos habían indicado que estábamos en un camino público y supusimos que alguien pretendía mantener alejado de sus cercanas tierras a los curiosos con esas falsas placas. Tuvimos suerte, nosotros no llegamos a toparnos con él ni con su legendaria escopeta.
Psicofonías, presencias extrañas, ritos satánicos, malas vibraciones... nosotros no sentimos más que el azote del invernal frío de una población ubicada sobre una colina a 518 metros de altura. Nos marchamos de allí con el convencimiento de que volveremos en algún momento a recorrer sus calles, esta vez, a plena luz del día. Aquí os dejamos el escaso y precario testimonio fotográfico de nuestra visita.
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