Pinedo III

De nuevo en Pinedo, uno de mis locus amoenus preferidos. Esta vez descubrimos la puerta abierta y nos decidimos, por fin, a entrar a esta otra edificación de la finca en cuya fachada aún sobrevice el escudo familiar.

 

Lo primero que descubrimos es un gran patio central en torno al cual se disponen las distintas estancias de la construcción. Llama mi atención una imagen pintada en la pared de un Cristo crucificado elaborado con formas primitivas en tonos marrones, impactante, casi naif... me encanta, ¿quién lo pintaría? Lo bueno es que, gracias a mi cámara, ahora yo tengo una réplica. Debajo de la misteriosa imagen, un lavadero de piedra pegado a las escaleras que dan acceso al piso superior y, al otro lado, una puerta da paso a la cocina con su enorme chimenea en la que asar, calentarse y comer sentado en su poyete... qué gusto imaginarse allí una noche de invierno compartiendo en familia unos ricos manjares regados con vino de la tierra acompañados por una hogaza de pan cortada a navaja.

 

Hay otra habitación en este ala de la planta baja del conjunto. Está prácticamene vacía, sólo un cuna de metal desvencijada domina el espacio. Es el mismo tipo de cunas que encontramos en más de una casa abadonada, ¿Tan comunes eran? ¿Por qué nadie las lleva consigo en sus mudanzas?

 

De nuevo en el patio, comprobamos que las escaleras que permiten el acceso al piso superior están muy bien conservadas, esta vez, para variar, parece que no pondremos en riesgo nuestra integridad física. Allí arriba, varias habitaciones: algunas vacías, otras ocupadas sólo por un par de mesillas y, sorpresa, un nuevo dibujo pintado en la pared, la silueta de una figura humana con los brazos en alto. Soy incapaz de interpretar su significado, así que que cada uno saque sus propias conclusiones viendo su fotografía.

 

Hay una gigantesca estancia en la planta superior, casi diáfana. Probablemente se empleara como taller-almacén-alacena y, en ésta, un pequeño apartado conseguido a base de paneles de madera y papel pintado retro (para nuestros días) parece haber albergado una especie de cocina en la que aún permanece una vieja nevera.

 

Al final del pasillo, una puerta nos desvela una corredor al patio. No parece muy estable así que no lo recorremos y nos conformamos con hacer unas cuantas fotografias del patio a vista de pájaro. 

 

De nuevo abajo, recorremos el otro ala de la casa. En ella existen signos evidentes de un uso reciente, algunos muebles de los años 80, apuntes de alguna asignatura, un mueble de yeso o pladur, objetos infantiles, un futbolín, una canasta de baloncesto e interruptores de la luz de las últimas décadas. Una familia ha vivido aquí no hace excesivamente demasiado tiempo, es obvio.

 

El resto de la planta baja se divide en amplios espacios de trabajo y almacenamiento: aperos de labranza, riego y carpintería, alguna jaula, cuerdas, cestos y hasta un cartel de "coto privado de caza", incluso parece que en su momento se guardó aquí un tractor, a tenor de la placa de limitación de velocidad y de las manchas de grasa del suelo.

 

Después de recorrer todas las estancias y comprobar que no podemos acceder a la construcción adosada que creimos que formaba parte de este mismo complejo, lo abandonamos dejando la puerta por la que entramos clausurada con un alambre que encontramos tirado en el suelo.

 

Quién sabe, quizás en otro momento podamos entrar al resto de la construcción y terminemos de completar la historia de esta finca que tanto despierta mi interés. Mientras tanto, hasta siempre, Pinedo.

 

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Sobre mí:

Curiosa por naturaleza, desde niña me embelesaron los ecos pasados que se me antojaban atrapados entre las paredes de los lugares abandonados que iba dejando atrás desde el coche de mi padre. Hoy, un poco más dueña de mis pasos, los dirijo allí para admirar la belleza oculta entre sus ruinas, inmortalizarla con mi cámara e indagar en la verdadera historia que, en otros tiempos, les dieron vida. Estos son mis locus amoenus ¿me acompañas?