Infraestructuras defensivas de Brunete

 

Siguiendo las huellas de la famosa batalla de Brunete nos topamos con tres búnkeres de aspecto cruciforme, todos pertenecientes al Bando Nacional y construidos con el propósito de vigilar el acceso al pueblo por carretera. Sin embargo, estas construcciones de defensa y ataque bélico se levantaron una vez establecido el segundo frente, a finales de julio de 1937, esto es, tras la cruenta batalla de Brunete y, más específicamente, entre 1938 y 1939.

 

La Comunidad de Madrid se propuso en el año 2005 recuperar estos búnkeres en el marco de un plan de rehabilitación de Yacimientos Visitables de la Comunidad llevado a cabo por alumnos de campamentos de trabajo estivales. Se limpiaron tan a conciencia y sus paredes fueron tan blanqueadas que, en un primer momento, pocas sensaciones lograron transmitirme cuando ya dentro de cada uno de ellos me vi rodeada por sus muros de hormigón. Imagino que es el precio de sobrevivir al paso del tiempo si ha llegado  el momento de elegir entre la desaparición o la supervivencia.

 

En el momento en el que estas construcciones defensivas se erigieron, el avance del bando sublevado era imparable tras dos años de victorias. El ejército republicano, sin armamento adecuado ni munición y compuesto por un grupo de hombres exhaustos por el hambre y las inclemencias meteorológicas, fue perdiendo terreno en el mismo lugar en el que, por primera vez, habían tomado la iniciativa, Brunete y sus alrededores.

 

Los nacionales habían desbloqueado la estratégica sierra oeste de Madrid y proyectaron una serie de búnkeres de retaguardia muy cerca de la línea de batalla. Éstos servirían como fortín para contener el avance republicano y para dar cobijo a sus tropas dispersas.

 

De entre todos los que fotografié, destaca por su peculiaridad uno, el llamado Blockhaus nº13, que vigilaba la carretera de Colmenar del Arroyo hacia Navalagamella. Para ello se tomó como modelo el Blockhaus alemán empleado en la I Guerra Mundial, inédito hasta el momento en nuestra geografía. Si bien el planteamiento inicial era el de construir 22 refugios de hormigón de este nuevo modelo, finalmente sólo se pudo levantar uno al completo.

 

Este búnker era capaz de cumplir muy eficazmente con la labor defensiva y ofensiva al mismo tiempo. Con gran capacidad de resistencia ante eventuales ataques aéreos, podía albergar en su interior gran número de combatientes que, parapetados tras sus muros, ejercían un asalto relativamente cómodo.

 

Durante las recientes labores de rehabilitación parece que se encontraron vestigios escritos de la autoría de esta construcción, la Segunda Compañía del Batallón de Zapadores núm 7, perteneciente a la División 71. Con ella, el ejército franquista tenía el propósito de mantener el territorio ganado tras la famosa batalla que diezmó a ambos bandos y, de este modo, garantizar el asedio a Madrid defendiéndolo ante las cercanas líneas republicanas.  

 

El Blockhaus nº13 se trata realmente de un conjunto defensivo compuesto por cuatro troneras para grandes ametralladoras comunicadas subterráneamente entre sí y apoyadas por otro corredor interior de 12 fusilerías. En el medio de esta estructura concéntrica se erige uno de los accesos al búnker que, además de hacer las veces de aljibe de agua de lluvia para el abastecimiento de sus soldados durante largas temporadas, posibilitaba la instalación de una arma antiaérea y protegía a los combatientes mientras lanzaban granadas de mano. La otra entrada da paso a la mayor de las troneras a través de una empinada rampa de acceso.

 

Pasear entre y sobre sus paredes a pesar de la excesiva “pulcritud” con la que se ha llevado a cabo el trabajo de rehabilitación (y no es que en absoluto eche de menos la basura y los grafittis con los que me he topado en otros búnkeres), observar los alrededores desde sus troneras o escuchar el ulular del viento colándose por sus fusilerías, es una experiencia única si se tiene en mente que estamos ante el vestigio vivo de un conflicto que enfrentó a vecinos y familiares muchas veces de forma fortuita e injusta, tan injusta como cualquier guerra, más si cabe cuando ésta es consecuencia de un asalto al poder legítimo y la antesala de una larga dictadura.

 

Con los ojos cerrados me esforcé por sentir lo que aquellos hombres experimentaron en sus propias carnes, agazapados las más de las veces, rodeados por un terreno de secano yermo y gélido en los largos inviernos de aquellos años. Imaginé que, incluso en esas situaciones de presunta alerta continua, el cerebro se esfuerza en buscar una vía de escape y se suceden escenas cotidianas, bromas y risas, tarareos, e incluso cartas de amor y esperanza en un futuro en paz escritas en los momentos de mayor tranquilidad…

Pero también resonaba en los oídos de mi memoria colectiva el estruendo de las ametralladoras propias y ajenas, los bombardeos, los gritos de alarma, las carreras, el paso de los aviones y el fango rodeando todo tras las lluvias y las nevadas. ¿Víctimas o verdugos? Víctimas de un complejo momento histórico que arrastró a su pesar a muchos a defender consignas en las que podían incluso no creer pero que terminó por convertirse en una cuestión de supervivencia. Verdugos, también verdugos. Verdugos de otros hombres, peor formados y equipados, cuyo único delito fue intentar defender los ideales en los que se asentaba el país en paz en el que, hasta el momento del comienzo de la contienda, creían vivir.

 

En definitiva, un episodio de nuestra historia reciente que no debe caer en el olvido. Me sorprende la apatía de personas de mi generación hacia la contienda, sus causas, evolución y consecuencias, aún hoy palpables. Y más que sorprenderme, me preocupa la absoluta y total ignorancia de muchos adolescentes sobre las figuras de José Giral, Largo Caballero, Juan Negrín, el coronel Casado, o los generales golpistas Franco, Mola o Fanjul. Pero supongo que eso es ya otra historia…

 

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Sobre mí:

Curiosa por naturaleza, desde niña me embelesaron los ecos pasados que se me antojaban atrapados entre las paredes de los lugares abandonados que iba dejando atrás desde el coche de mi padre. Hoy, un poco más dueña de mis pasos, los dirijo allí para admirar la belleza oculta entre sus ruinas, inmortalizarla con mi cámara e indagar en la verdadera historia que, en otros tiempos, les dieron vida. Estos son mis locus amoenus ¿me acompañas?