Malamoneda, un pueblo casi abandonado

Malamoneda, cerca de la localidad de Hontanar, es uno de los núcleos poblacionales abandonados que existen en la provincia de Toledo. O casi abandonados, porque, al llegar al lugar nos encontramos con una familia que parece residir en una construcción erigida entre sus ruinas, si no todo el año, al menos sí durante los fines de semana. Tras declinar la oferta que nos hicieron de obsequiarnos con un precioso cachorro de un mes que se encontraba en ese momento mamando de su madre, nos dispusimos a recorrer la zona cámara en mano.

 

Lo primero que llamó nuestra atención fue lo que quedaba de un torreón medieval construido entre los siglos XII y XIV. A su alrededor discurría el despoblado que íbamos buscando y que se repartía por el terreno en forma de granja, en medio de la naturaleza, habitado desde el siglo XVI hasta el XX.

 

Pero lo verdaderamente sorprendente de Malamoneda es su necrópolis rupestre, de origen romano, que siguió utilizándose hasta etapas medievales. Se trata de una serie de tumbas individuales excavadas sobre rocas de granito que, el día de nuestra visita, tras las lluvias que nos antecedieron, más semejaban bebederos para animales que antiguos restos funerarios, tal era la precisión con la que estaban excavados los rectángulos que contuviesen los cuerpos con pretensión a hacerlo eternamente y la cantidad de agua que en ellos se almacenaba. Sea como fuere, el poco tiempo que pudimos dedicarle a nuestra estancia allí no nos permitió descubrir los dos famosos epitafios romanos que recuerdan, siglo tras siglo, el nombre de un padre y una hija que acabaron con sus cuerpos enterrados en algún lugar de ese paraje.

Un poco más lejos, los escasos restos del castillo templario del siglo XIII, fortaleza y refugio de quienes fueran los habitantes del poblado, echan de menos el contramuro romano que fue demolido intencionadamente hace unos años, así como el sillar que celosamente guarda en Toledo el Museo de Santa Cruz con la inscripción que da fe en latín de la muerte en estas tierras de un rico comerciante extremeño.

Tanto el apacible entorno que rodea el poblado, un verdadero locus amoenus en su más estricta acepción, como la parte de la necrópolis que nos restó por explorar,  devolverán nuestros pasos a este lugar en cuanto la primavera haga su ansiada aparición.

 

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Sobre mí:

Curiosa por naturaleza, desde niña me embelesaron los ecos pasados que se me antojaban atrapados entre las paredes de los lugares abandonados que iba dejando atrás desde el coche de mi padre. Hoy, un poco más dueña de mis pasos, los dirijo allí para admirar la belleza oculta entre sus ruinas, inmortalizarla con mi cámara e indagar en la verdadera historia que, en otros tiempos, les dieron vida. Estos son mis locus amoenus ¿me acompañas?