Edificios Históricos Abandonados de NY: Slave Nº1

Singular es también la historia de otro teatro, el Slave Nº1. Durante los enfrentamientos raciales de los años 80, este teatro construido por el juez negro John L. Phillips se convirtió en una importante plataforma que albergaba reuniones, conferencias de prensa y servía de altavoz para activistas afroamericanos como el carismático Reverendo Al Sharpton. Su nombre, teatro “Esclavo Nº1”, fue escogido para recordar el motivo de la lucha de sus activistas.

 

Cerrado desde 1998, el teatro fue desde entonces objeto de disputas respecto a su propiedad. Tras la muerte del juez, no habiendo dejado testamento, Clarence Hardy, de 77 años, manifestó que el éste deseaba que a su muerte la propiedad del teatro pasase a sus manos. Sin embargo, el Juez tenía un sobrino, el Reverendo Samuel Boykin de la Iglesia de Dios en Cristo, administrador del patrimonio del difunto juez -  quien a su muerte debía más de 3 millones de dólares a diversas agencias de impuestos - y estuvo varios años tratando de desalojar al Sr. Hardy y al otro inquilino del edificio, el Reverendo Paul Lewis, que celebraba en el segundo piso dos veces por semana servicios religiosos de los Mensajeros de Cristo. Con la revalorización de la zona, el sobrino del juez llegó a pensar que podría vender la propiedad por 3 millones de dólares.
 

Paralelamente, el Reverendo Lewis aseguró haber invertido ya en el Slave 300.000 dólares desde que, según él, el Reverendo Boykin accediese de palabra a venderle el Slave por 1,6 millones de dólares para, finalmente, renegar de su oferta cuando recibió otra mejor. Este litigio sobre la propiedad del emblemático Slave se dirimió finalmente en un juicio que dio la razón al Reverendo Boykin. 

En cuanto al creador del Slave, el juez Phillips, criado en Ohio, a principios de la da década de los 80 hizo y financió una película sobre una historia de amor interracial que nadie quiso distribuir. Esto le llevó a comprar el Teatro Regal, convertido desde ese instante en el Teatro Slave Nº1. Poco a poco, el juez fue comprando otras propiedades en la humilde zona y alquilándolas a precios ridículos, incluso perdonando deudas cuando alguno de sus inquilinos no podían pagar. El juez, a pesar de poder permitirse vivir en una lujosa zona de la ciudad, decidió mantenerse cerca del Slave.

En 2001, tras comprobarse que el círculo más cercano al juez había estado robando sus propiedades a sus espaldas, éste fue declarado incapacitado mentalmente y se le establecieron dos tipos de tutela, una sobre su persona y otra sobre sus pertenencias. En ese momento, y hasta su muerte en 2008, comenzó su periplo por diferentes residencias de ancianos en las que le negaron sistemáticamente las visitas a sus familiares. 

En el momento de su fallecimiento, el juez había perdido todas sus propiedades menos tres. Los títulos de propiedad de dos de sus teatros habían cambiado de nombre sin su consentimiento en el año 2000, tres propiedades fueron ejecutadas hipotecariamente, la hermana de una de sus empleados había conseguido el título de un edificio de cuatro unidades y la propia casa del juez había sido transferida a otra persona. Todo esto le había, además, generado una gran deuda en impuestos.

Finalmente, hace sólo unos meses, el Reverendo Boykin vendió el Slave  por 2,1 millones de dólares a una compañía que, según parece, pretende derruirlo para construir en su lugar apartamentos de lujo. Las deudas dejadas involuntariamente por el juez sobre el teatro impedirán, segúne Boykin, que obtenga ningún tipo de lucro por esta venta.

A día de hoy aún pueden leerse consignas de “salvemos el Slave” en sus paredes y se mantiene una plataforma en defensa del teatro que pretende ejercer presión para que éste se restaure.

Realmente fue una pena no poder internarme en el interior de este emblemático edificio, pero, como siempre, los tableros de madera y la estricta ley sobre allanamiento que rige en el país, me impidieron el paso. Al menos pude fotografiar su fachada…

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Sobre mí:

Curiosa por naturaleza, desde niña me embelesaron los ecos pasados que se me antojaban atrapados entre las paredes de los lugares abandonados que iba dejando atrás desde el coche de mi padre. Hoy, un poco más dueña de mis pasos, los dirijo allí para admirar la belleza oculta entre sus ruinas, inmortalizarla con mi cámara e indagar en la verdadera historia que, en otros tiempos, les dieron vida. Estos son mis locus amoenus ¿me acompañas?