Tras colarnos en su interior la sensación de que no nos encontrábamos ante un motel convencional se hizo patente: espejos por todas las paredes, una enorme barra presidiendo la pared más larga, un murete que parecía hacer las veces de reservado y, al otro lado, una pequeña tarima con sendas barras para practicar “pole dance” (tradicionalmente llamadas barras americanas) nos hicieron sospechar que no se trataba de un mero establecimiento hotelero.
La planta superior, con un amplio salón diáfano y un corredor-pasillo a modo de balconera, parecía no haber sido terminada de construir. Sin embargo, pronto encontramos acceso a varias plantas inferiores, la primera de las cuales disponía de un cuarto con taquillas y una veintena de dormitorios con paredes pintadas de rosa fucsia.
No todas las habitaciones tenían cuarto de baño pero sí armario y, alguna de ellas, aún conservaba la cama, muy estrecha, según mi inexperto criterio, para destinarla a este tipo de artes amatorias. Las dos plantas inferiores parecían ideadas para servir de garaje o de amplios almacenes pero, me temo, es algo que nunca llegaremos a averiguar. En cualquier caso, se trataba de un local expoliado en el que, por supuesto, ni los aparatos de aire acondicionado fueron respetados.
<<PINCHA SOBRE LAS IMÁGENES PARA VERLAS COMPLETAS Y ACCEDER A LA GALERÍA>>
Escribir comentario