La nieve caída durante la noche se encontraba congelada en algunos tramos, lo que dificultó bastante nuestra bajada al barranco y nuestro periplo por el conjunto de fábricas abandonadas que, en su momento, aprovecharon el curso del río Riquer para el establecimiento de molinos en su curso alto y de tintes para lanas en el bajo.
Casi todas las edificaciones fabriles que pudimos visitar seguían un patrón constructivo similar: bóvedas en la planta baja, pilares de sillares o ladrillos en la primera, y planta superior diáfana que deja al descubierto las cerchas que sujetan la cubierta. Admiramos también las enormes chimeneas de ladrillo que fueron incorporadas a finales del siglo XIX. La debacle de esta industria llegó a la par del uso de la energía eléctrica, cuando dejó de precisarse la energía hidráulica. Los malos accesos y comunicaciones con estas instalaciones dejaron de hacerlas rentables en la década de los 60. Así, poco a poco, fueron abandonadas y las nuevas industrias se fueron situando en enclaves más próximos a la población. Pasear por entre las ruinas de este complejo de fábricas es una estupenda experiencia que esperamos poder repetir en un futuro.
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