Sanatorio Antituberculoso de Torremanzanas

Elegimos un mal acceso a pie hasta el sanatorio que puso a prueba nuestro estado físico con conclusiones bastante mediocres sobre la agilidad de dos de los integrantes del grupo (entre los que me incluyo), pero el esfuerzo tuvo su recompensa y allí en un alto, pudimos comprobar cómo aún se erigen los restos del que fuera Sanatorio Antituberculoso construido en 1926 por la orden Jesuita Compade de Jesús y que, desde entonces, hizo las veces de casa de reposo, albergue, hospital infantil y, durante la Guerra Civil, hospital militar para acabar convirtiéndose tras la contienda en Sanatorio antituberculoso.

 

Finalmente, con el nuevo plan de lucha contra la tuberculosis puesto en marcha por el Estado, el edificio fue abandonado a su suerte en el año 1963. Décadas después, en 1999, la Diputación de Alicante compró el sanatorio por unos 16 millones de pesetas con el objetivo de restaurarlo y convertirlo en establecimiento turístico, hecho que no se ha producido todavía y que, dado su estado, tenemos casi la certeza de que no se producirá jamás.

 

Cuando nosotros lo visitamos el edificio estaba rodeado de una valla metálica y nada se conservaba ya del suelo de su planta superior, apenas el tiro de escalera doble que, en otros tiempos, hubiese facilitado nuestro ascenso. El paso de los años y el maltrato vandálico han hecho de las suyas y hoy sólo sus paredes se erigen para darnos la bienvenida señaladas con grandes cruces rojas con el lema “Cruz Roje” y, sobre el dintel de la puerta principal, oquedades dejadas por las letras en relieve desplomadas que, en su día, rezaban “Sanatorio Antituberculoso Torremanzanas”.

 

Sacamos la conclusión de que esas grandes cruces tintadas de rojo en la fachadas sirvieron para indicar, durante la Guerra, que el edificio no se trataba de un lugar estratégico que derribar sino de un hospital auspiciado por la Cruz Roja que debía ser respetado por la artillería.

 

Cabe también destacar la existencia de los restos de pigmentación roja de la pared del cuarto, ya desaparecido, en el que se revelaban las radiografías de los pacientes.

 

Es éste sitio, como tantos otros de similares características, lugar de peregrinación para los amantes de lo sobrenatural y las psicofonías. Ninguno de nosotros vivió allí una experiencia paranormal pero, en cualquier caso, pasear por entre las ruinas del sanatorio me produzco una sensación de vacío, de tristeza. Tal vez influida por el conocimiento de los usos que había recibido el edificio y la suposición de que esas paredes que aún quedaban en pie habían sido testigos mudos de mucho dolor y muerte, lo cierto es que su visita me transmitió una impresión de desazón y derrota que me acompañó durante un buen espacio de tiempo.

 

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Sobre mí:

Curiosa por naturaleza, desde niña me embelesaron los ecos pasados que se me antojaban atrapados entre las paredes de los lugares abandonados que iba dejando atrás desde el coche de mi padre. Hoy, un poco más dueña de mis pasos, los dirijo allí para admirar la belleza oculta entre sus ruinas, inmortalizarla con mi cámara e indagar en la verdadera historia que, en otros tiempos, les dieron vida. Estos son mis locus amoenus ¿me acompañas?