Preventorio de Aguas de Busot

Tenía especial interés en visitar este sitio, no sólo por todo lo que había leído sobre él, sino porque varios de mis familiares, incluido mi padre, pasaron parte de su infancia en lugares como éste. Las anécdotas que cuentan sobre sus estancias en lo que ellos llamabas “las colonias” son escalofriantes, y aunque no voy a entrar a relatar ahora las historias de vejaciones, abusos, inyecciones de contenido desconocido, miedo y hambre que vivieron, no pude dejar de pensar en ello durante todo el tiempo que duró nuestra visita.

 

El edificio, a pesar del mal estado de conservación que padece, se presenta ante nuestra vista majestuoso, altivo, distante, como si, dotado de personalidad propia, con pretendida soberbia, nos desairase con su mirada. Fue eso lo que sentí al toparme con él, que la monumental construcción me observaba desde las alturas, impasible, burlándose de la fugacidad de nuestra existencia, ignorante, irónicamente, de su cada vez más próximo, fatal destino.

 

La edificación que actualmente se conserva, construida en 1838 sobre restos de la época romana, fue propiedad del Conde de Casa Rojas y convertida en el hotel Miramar en 1865. El complejo, que mantuvo su esplendor hasta 1930, además de con balneario de aguas termales, contaba con casino, sala de fiestas, iglesia, y zonas infantiles y deportivas.

 

Fue en 1936 cuando el Estado adquirió el edificio y lo convirtió en hospital antituberculoso y preventorio para niños, ya que cumplía los requisitos climáticos y de aislamiento que reprimía la propagación de la enfermedad entre los menores.

 

Finalmente, una vez iniciado el Plan Nacional de Erradicación de la Tuberculosis, que aceptaba la demostración de que el tratamiento ambulatorio y en domicilio era tan eficaz como en los sanatorios, éste se cerró hacia el año 1965. Hasta entonces, muchos fueron los niños que ocuparon sus 270 camas,  pequeños que pasaron estancias más o menos largas allí sin que conste ninguna muerte entre sus paredes. Al menos no infantiles, ya que sí está documentado el fallecimiento de tres cuidadores por diversas causas: un incendio causado por un brasero, una insolación y una enfermedad. Se cuenta también, aunque no he podido contrastarlo, que en el año 2002 dos visitantes murieron tras precipitarse al vacío al derrumbarse bajo sus pies parte del suelo de la segunda planta.

 

Tras un fallido proyecto de rehabilitación por parte del Patronato Nacional Antituberculoso, y una serie de pleitos entre el Ayuntamiento de Aguas de Busot y la empresa que había comprado el edificio en 1989 para reformarlo, finalmente éste fue adquirido por 12 millones de euros en 2006 por el Presidente del Hércules, Valentín Botella, con la intención de restaurarlo y construir un hotel de lujo.

 

Las leyendas sobrenaturales en torno al lugar son múltiples y parece que comenzaron con un artículo publicado por en el investigador Pedro Amorós en septiembre de 2002 en la revista “Enigmas” dirigida por Jiménez del Oso. Amorós decía haber captado en una fotografía la supuesta imagen de un monje franciscano con un niño en brazos. A partir de ese momento, proliferaron las historias sobre llantos y apariciones de niños caminando por sus inmensos pasillos y, sobre todo, la leyenda más popular, la que aseguraba que existía un espejo en el que se veía reflejada una dama blanca que lloraba y reía al mismo tiempo (en algunas versiones) o lloraba si el que la contemplaba iba a padecer alguna desgracia. Sea como fuere, lo cierto es que el edificio se ha convertido en destino por excelencia para los amantes de lo paranormal, que acuden allí en busca de psicofonías y experiencias sobrenaturales, para los adeptos a la magia negra y, tristemente, para meros gamberros dispuestos a acelerar la decadencia de este monumental edificación.

 

Desde la experiencia, tengo que reconocer que su visita, sobre todo a los pisos superiores, puede resultar muy peligrosa, ya que en muchos lugares el suelo se ha venido abajo y en otros muchos puedes comprobar literalmente cómo menos de 5 centímetros de grosor se interponen entre tus pisadas y el abismo. Desde luego, desaconsejo totalmente visitar la zona de noche o con poca luz.

 

Cuando nosotros inspeccionamos el lugar, las edificaciones aledañas al edificio principal, incluida la capilla, ya habían sido derruidas y la entrada a los misteriosos túneles cuyo final se presupone en un cueva de El Campello, tapiados.

 

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Sobre mí:

Curiosa por naturaleza, desde niña me embelesaron los ecos pasados que se me antojaban atrapados entre las paredes de los lugares abandonados que iba dejando atrás desde el coche de mi padre. Hoy, un poco más dueña de mis pasos, los dirijo allí para admirar la belleza oculta entre sus ruinas, inmortalizarla con mi cámara e indagar en la verdadera historia que, en otros tiempos, les dieron vida. Estos son mis locus amoenus ¿me acompañas?