La Casa de los Giles

Con la visita a este caserón de principios del siglo XX cumplí un sueño largamente acariciado desde niña en los múltiples viajes a levante para iniciar las vacaciones estivales. Me fascinaba la grisácea decrepitud de su fachada que evocaba, no obstante, tiempos de esplendor.

 

Me imaginaba recorriendo sus galerías y estancias superiores aprovechando la luz filtrada por sus mansardas. ¿Cómo habría sido la vida allí? ¿Quién tuvo la fortuna de habitar sus paredes? todo eran incógnitas y, cada año, veía como "mi casa" (que es como solía llamarla ante la ausencia de información sobre ella y creyéndome, inocente de mí, una de las pocas personas que había reparado en tan decadente pero seductora construcción), iba avanzando en su declive a pasos agigantados.

 

Con el tiempo, y gracias a Internet, supe que ese caserón de forma cúbica y tejado a cuatro aguas, conocida como La Casa de los Giles, fue mandado construir en 1903 por el acaudalado matrimonio José Gil Blanco y Francisca López Bravo-Alonso.

 

Durante la Guerra Civil, la casa fue empleada como hospital para enfermos infecciosos y, tras ella, recuperada la propiedad, las hijas del matrimonio, Josefa y Asunción junto a algunos de sus descendientes, pasaron largas estancias en la casona hasta los años 70. Circundaban la casa casi 100 hectáreas de viñedos y olivares, llegando a albergar en su jardín una piscina que aprovechaba el agua de un manantial cercano.

 

A partir de la década de los 70, la casa fue abandonada y ocupada intermitentemente por toxicómanos que la empleaban como punto de reunión y de pernocta. Grafiteros, amantes de la parapsicología, vándalos y curiosos, atravesaron sus puertas y ventanas sin cristales por los que el viento y el agua se colaban acelerando el estado de ruina del inmueble.

 

Finalmente, y tras su Declaración de Interés Comunitario, el ayuntamiento concedió una licencia para la construcción de una gasolinera en terrenos cercanos, con la condición de que la empresa adjudicataria de la estación de servicio se encargase de la restauración interior y exterior de la casa. Y así ha sido. La casa ha sido rehabilitada (más en su parte externa que interna), aunque dada la extrema cercanía a una autopista no podrá dársele ningún tipo de uso.

 

Personalmente, a pesar de alegrarme de que esta preciosa construcción haya garantizado su supervivencia, no puedo evitar echar de menos la arcaica fachada y el romántico aspecto de decaimiento que me enamoró hace muchos, muchos años, en contra del aséptico aspecto de nueva construcción que la restauración le ha proferido. 

 

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Comentarios: 2
  • #1

    Miguel (jueves, 17 julio 2014 17:28)

    Sublime

  • #2

    Miguel (jueves, 17 julio 2014 17:35)

    Has descrito al detalle todo lo que yo sentía al pasar cerca de esa casa. Recuerdo que en un sueño, entré volando en ella a través de una de las mansardas de arriba. Pero los sueños, sueños son y siempre me preguntaba como sería realmente por dentro.

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Sobre mí:

Curiosa por naturaleza, desde niña me embelesaron los ecos pasados que se me antojaban atrapados entre las paredes de los lugares abandonados que iba dejando atrás desde el coche de mi padre. Hoy, un poco más dueña de mis pasos, los dirijo allí para admirar la belleza oculta entre sus ruinas, inmortalizarla con mi cámara e indagar en la verdadera historia que, en otros tiempos, les dieron vida. Estos son mis locus amoenus ¿me acompañas?