Destaca en el conjunto que visitamos la altiva chimenea de un horno, una gran casa solariega y los restos de una bodega repleta de enomes tinajas. Hay por la zona algunos pozos sin cubrir que alguien se ha encargado de señalizar, pero la posibilidad de que existiese alguno más, oculto bajo la profusa maleza, nos hizo extremar las precauciones. Recorrimos las casas adyacentes a la bodega, entre las que sobresalía una de mayor tamaño, preguntándonos si no estaríamos adentrándonos en lo que fueron las antiguas moradas de los trabajadores de la bodega y del dueño de la misma.
Puertas desvencijadas por el paso del tiempo, techos a punto de entregarse a la fuerza de la gravedad y ventanas abiertas de par en par enmarcando la estampa de la estación de ferrocarril semiabandonada por la que aún atraviesan sin detenerse trenes de mercancías y de alta velocidad.
Algunos zócalos en añil desbordando los límites de un cuarto invitan a subir por una escalera, siempre con pasos vacilantes, por el malogrado estado de sus escalones. Sólo el sonido del revolotear de las palomas distraen nuestros pensamientos acerca de las vidas y costumbres de quienes moraron aquellas paredes hoy tan poco acogedoras. Nos esperan, a la salida de las casas, gigantescas tinajas cubiertas por un techado, en línea, todavía dispuestas a contener el preciado caldo que, en otros tiempos, fueron el sustento de la bodega.
Cruzando la carretera, al otro lado de la estación, nos espera una estampa similar a la descrita. Otra bodega abandonada por sus prácticas obsoletas nos invita a colarnos entre sus entrañas y desfilamos entre sus enomes tinajas para observarlas, después, desde una planta superior.
<<PINCHA SOBRE LAS IMÁGENES PARA VERLAS COMPLETAS Y ACCEDER A LA GALERÍA>>
Escribir comentario