Finca Pinedo II

Hacía casi dos años que no había vuelto a pasar por allí  pero, en poco menos de una semana, acudí a su llamada en cinco ocasiones. Esta vez sí que me acerqué hasta el otro núcleo de edificaciones atravesando campos de alcornoques, encinas y olivos. Un par de cipreses me dieron la bienvenida, no así el gran portalón de la entrada, en el que un alambre retorcido a modo de cerrojo impovisado me recomendó no traspasar su umbral. Respetada su voluntad, indagué el inerior de la casa a través de sus ventanas enrejadas y desprovistas de cristales. Sólo el vuelo de las palomas que han hecho de ella su residencia habitual rompe el silencio de un lugar que, poco a poco, sucumbe al paso del tiempo.

 

De vuelta al núcleo principal de edificaciones, paseando entre ruinas e introduciéndome en aquellos casos en los que la exploración era aún posible, me di cuenta de que los días pasados y el creciente vandalismo van sesgando con obstinada determinación su supervivencia. Poco se puede hacer ya por el viejo caserón sin paredes interiores, desprovisto de ventanas y de puertas, sin chimeneas que le aporten un poco de calidez, con los suelos levantados y los techos a medio derrumbar. Poco o nada, sólo admirar la belleza que aún transmite su elegante porte entre eucaliptos.

 

Existe en un alto un pequeño mirador-merendero en forma circular presidido por un alcornoque que causa en mí tanta fascinación como sensación de bienestar. Resguardarme bajo la sombra del árbol sintiendo la brisa me lleva a imaginar que, hace muchos años, otras personas disfrutaron también de este lugar en animada conversación o en pretendido recogimiento. Sólo el ruido de los coches atravesando la cercana autovía es capaz de despertarme de mi ensimismamiento. Es éste, sin duda, mi "locus amoenus" por antonomasia.

 

A pesar de todos mis esfuerzos por conocer algo más de la historia de este lugar, de sus gentes, de sus escenas costumbristas, de su infrahistoria, al cabo, poco he podido averiguar. Sé que la enorme finca de más de 100 hectáreas se emplea, en parte, como coto de caza. Se que, antaño, los usos agrícolas y ganaderos convivían con el cinegético en perfecta armonía. Sé que su lado opuesto, el más cercano al cauce del Tajo, albergó una vez una cantera. Sé que, durante los primeros tiempos de la Guerra Civil, no era raro ver corretear a los niños, junto a un destacamiento de artillería que defendía el Toledo Republicano, jugando a adivinar el lugar en el que caería el siguiente proyectil. Sé que hay allí un yacimiento arqueológico y paleontológico en el que se encontraron restos de hipopótamos. También sé que de nada sirve hoy la protección como suelo rústico no urbanizable que prohibió que, en 1988, se construyeran allí un complejo residencial y unos estudios cinematográficos para impedir la destrucción del paisaje circundante a la ciudad porque, finalmente, sé, que, desde hace casi 3 años, el Plan de Ordenación Municipal de la ciudad de Toledo prevé la construcción de miles de viviendas de lujo unifamiliares y la instalación de un gran campo de golf. Será, si llega a ser, en el lado más alejado a las edificaciones cuya decadencia hoy fotografío.

 

En definitiva, sobre Pinedo sólo sé que no sé nada.

 

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Sobre mí:

Curiosa por naturaleza, desde niña me embelesaron los ecos pasados que se me antojaban atrapados entre las paredes de los lugares abandonados que iba dejando atrás desde el coche de mi padre. Hoy, un poco más dueña de mis pasos, los dirijo allí para admirar la belleza oculta entre sus ruinas, inmortalizarla con mi cámara e indagar en la verdadera historia que, en otros tiempos, les dieron vida. Estos son mis locus amoenus ¿me acompañas?