A nuestra izquierda, la estructura que desafía la gravedad y que tantas veces había admirado desde la lejanía y, al frente, la granja, dividida en cinco cuerpos rectangulares, aunque en ese momento sólo pudiésemos contemplar tres, presidida por una sección central en forma de vivienda con las cortinas meciéndose al viento. Una vez comprobamos que la granja estaba totalmente abandonada nos decidimos a traspasar el umbral de la primera puerta que encontramos abierta en su parte trasera.
Atravesamos una hilera de abrevaderos techados, en manifiesto desuso y, aprovechamos el destrozo de uno de ellos para abrirnos paso hacia el interior de la edificación. Una enorme chimenea presidía lo que en su dia fue una cocina, probablemente de leña. Una nevera abierta y algunas botellas vacías tiradas por el suelo. El resto de la casa se expandía a partir de esa estancia. Fuimos recorriendo las distintas habitaciones, ni rastro de pintadas, pero enseguida nos dimos cuenta de que allí faltaban enseres que, o bien sus antiguos propietarios habían llevado consigo, o bien habían sido objeto del pillaje.
Algunos cuartos disponían de chimenea y ventana. Cristales rotos, restos de productos fitosanitarios, jaulas para pájaros, medicamentos veterinarios y papeles tirados por el suelo alfombrando las dos plantas de las que constaba el edifcio. Y, al atravesar una puerta, una sorpresa, dos camas vestidas a la espera de sendos durmientes que, a tenor del estado de la casa, intuíamos, ya no volverían a descansar allí. Armarios relativamente modernos con sábanas dobladas en su interior y un viejo abrigo de cuero gastado colgado de una percha, poco más. Aguien se había entretenido en arrancar cada uno de los interruptores de la casa. En una estancia aneja, una especie de nave, algunos viejos aperos permanecían ocultos entre la densa oscuridad.
El resto de la granja carecía del mismo interés que su edificio central. Naves alargadas con todos sus cristales rotos que, en el pasado, parecian haber sido destinadas a la cría de aves o cerdos. Algún abrevadero y, el mejor descubrimiento de todos, a plena luz de día, una hermosísima lechuza blanca alzando el vuelo ante nuestros ojos. Parece que el animal había escogido aquel lugar como residencia y asustado por nuestra presencia, intentaba ahora en vano encontrar una escapatoria. Para evitar que se hiriera en su huída abandonamos el lugar rápidamente. Abriéndonos paso entre la maleza y los rastrojos que crecían de manera exhuberante, dijimos adiós a la granja.
Algún dia volveremos por allí para tomar más fotogafías, cuando realizamos esta incursión no llevábamos con nosotros nuestro equipo fotográfico y nos servimos del Iphone para inmortalizar parte de lo que nuestros ojos veían.
En mi recurrente afán por conocer datos de la historia de los sitios que visitamos, descubrí que esa granja, con toda la extensión para el cultivo que la rodea, pertenció a uno de los últmos alcaldes franquistas de su zona. Por lo que he podido averiguar, su extensión era aún mayor, pero la construcción de una infraestructura pública terminó expropiando parte de la propiedad. Los herederos de este influyente personaje siguieron explotando la granja para la cría y venta de aves hasta no hace mucho tiempo. Supongo que la avanzada edad de éstos, unido al mal rendimiento de la explotación, pusieron punto final a una aventura que acabará irrremediablemente sepulta en el olvido.
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