Azucarera de Aranjuez

 

No voy a desvelar cómo pudimos pasear imbuidos por su atractiva atmósfera, pero lo hicimos. Pudimos recorrer cada palmo de esta antigua azucarera que, por otra parte, se encuentra muy vigilada y alberga en su patio un parking para camiones. Para futuros visitantes, mucha suerte y una pista, a veces ser cordial tiene su recompensa. Pero centrémonos en la vieja fábrica.

 

El imparable avance del sector alimentario durante el S.XIX, sobre todo en los productos de “lujo” como el alcohol, el chocolate, la confitería o la pastelería, dio alas a instaurar un modo de agricultura menos temporal y precaria, la de la producción de remolacha, de donde se obtenía la ingente cantidad de azúcar que estos productos precisan y que llegaría a ser una extraordinaria fuente de empleo. De este modo, la industria azucarera madrileña se concentró fundamentalmente en el sudeste de la comunidad autónoma atesorada por dos grandes fábricas, una ubicada en Arganda (La Poveda) y la otra en Aranjuez (la que nos ocupa ahora).

 

Una enorme chimenea de ladrillo rojo atestigua aún hoy, muy cerca de la estación de tren, la existencia de esta fábrica que se encuentra a menos de un kilómetro del casco urbano y que fue construida a finales del S.XIX. En aquel momento, la fábrica, conocida como “Azucarera de Aranjuez”, competía con otra, también instalada en la localidad (concretamente en el Palacio del Marqués de Salamanca) llamada Nuestra Señora de Lourdes y auspiciada por el industrial granadino del sector, Conde de Benalúa. Sin embargo, la del Conde tuvo una corta andadura y se vio obligada a cerrar sus puertas en 1905.

 

Desde el inicio de su actividad en 1898, la Azucarera de Aranjuez acaparó gran protagonismo en la zona, incluso turístico. Como alternativa a la magnificencia de la ciudad cortesana se ofrecían visitas guiadas por la fábrica documentadas desde 1902. Su emplazamiento, cerca del Tajo y de la estación de ferrocarril, le confería una estupenda oportunidad de sólido crecimiento, lo que también llevó a la Sociedad General Azucarera de España a gestionar directamente su producción desde 1904 hasta su última campaña en 1982.

 

La azucarera ocupa una superficie de más de sesenta mil metros cuadrados. En el centro del recinto se ubica la Sala General de Fabricación, que albergaba los diferentes departamentos del ciclo productivo. Allí encontramos las prensas, molinos, las calderas, los secaderos, hornos de cal y el laboratorio, entre otros o, más bien, lo que queda de ellos, ya que el lugar se encuentra en un avanzado estado de deterioro, por lo que hay que extremar las precauciones a la hora de recorrerlo.

 

A ambos lados de este espacio central encontramos dos naves que se comunican con éste de forma directa: el almacén de pulpa y el almacén de azúcar. Fuera de esta construcción, descubrimos cuatro enormes silos de forma rectangular, un apeadero, una báscula industrial, infraestructuras relacionadas con el transporte ferroviario, y la zona de actividades auxiliares: la fragua, las oficinas de cultivos, el taller de reparación, los vestuarios, el almacén de efectos, las oficinas y las viviendas destinadas a algunos empleados y al administrador. 

 

En su momento de máximo auge, las necesidades productivas de la fábrica favorecieron la formación de un área geográfica dedicada preferentemente al cultivo de remolacha azucarera. Esta zona de influencia abarcaba un radio de 80km en torno a la fábrica e incluía, desde las vecinas huertas de la Vega y algunas fincas particulares de Aranjuez (Las Infantas y Castillejo), hasta pueblos dispersos entre las provincias limítrofes de Toledo y Cuenca, como Seseña, Algodor, Villaseca, Mora, Huelves, etc. En general, se trataba de pequeñas explotaciones agrarias con una consolidada tradición de regadío y de abundante empleo de mano de obra. Baste apuntar que sólo en la campaña 1932-1933 se realizaron más de mil contratos con los cultivadores que trabajaban más de 1.200 hectáreas, obteniendo una cosecha cercana a las 50.000 toneladas de remolacha que, después, molían 378 obreros.

 

Sin embargo, con el paso de los años los jornaleros, en su mayoría arrendatarios de las propiedades de Patrimonio Nacional, fueron perdiendo importancia aunque no cesaron su producción mientras la azucarera estuvo funcionando. Ya en la década de los 50 el agotamiento de esta área de regadío era manifiesta, y la fábrica tuvo que ampliar su influencia geográfica contratando remolacha en las provincias de Madrid, Ciudad Real, Albacete, además de en las de Cuenca y Toledo.

 

La producción de azúcar, basada en la extracción de la sacarosa de la remolacha a partir de un proceso de cocción, depuración y fermentación, se concentraba en los meses de noviembre a febrero, mientras que el resto del año se dedicaban a las tareas de reparación, mantenimiento y limpieza de las instalaciones.

 

Nos hubiese gustado poder ver en funcionamiento el engranaje de producción, que comenzaba con la pesada en la báscula de entrada de la materia prima que era descargada en los silos, en cuya base existía un canal hidráulico que transportaba las raíces hasta la sección de lavado. Una vez lavada, la remolacha subía por una noria a los molinos de picado para su trituración y, tras esto, la cosecha era enviada a los difusores de cocción, unos depósitos de fundición donde se extraía el azúcar de la remolacha gracias a las altísimas temperaturas a las que hervía el agua que contenían. Ese primer jugo pasaba por el resto de difusores hasta llegar al último, el que contenía la remolacha más rica en azúcar.

 

Tras el proceso de difusión se obtenían dos productos, por un lado el jugo y por otro la pulpa, que se aprovechaba para fabricar piensos para animales y que se envasaban en sacos en un almacén cercano.

 

Completado el proceso al que se sometía el jugo, se conseguía separar el grano y la melaza, otro subproducto que se reservaba en otros depósitos para su venta y que se solía emplear para la elaboración de levadura, alcohol industrial, etc. Y, por otro lado, se obtenía la llamada miel rica, el azúcar comercial o de primera calidad.

 

La Campaña obligaba a trabajar día y noche de lunes a domingos. Las calderas de vapor nunca dejaban de funcionar. Las jornadas laborales, en sus primeros años, sobrepasaban las 14 horas diarias, algo que, a pesar de la gran cantidad de peones contratados para cada campaña, el intenso flujo productivo imponía a los obreros un duro ritmo de trabajo a cambio de modestos sueldos, pero seguros. Durante décadas fueron muchas las familias que dependían de la imparable actividad de esta fábrica, hoy en desuso y propiedad de una conocida multinacional.

 

El 13 de abril de 1985, el diario ABC anunciaba en un breve referente al mundo empresarial que la Azucarera de Aranjuez había decidido proceder al cierre “debido al descenso en el consumo de este producto. Sus 73 trabajadores se han trasladado a otros centros de trabajo de la sociedad que serán ampliados. No ha habido despidos.”, una afirmación, esta última, que contrasta con toda la información que he ido encontrando en Internet y que apunta a que la mayor parte de los trabajadores fueron despedidos y sólo unos pocos trasladados a otras fábricas.

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Sobre mí:

Curiosa por naturaleza, desde niña me embelesaron los ecos pasados que se me antojaban atrapados entre las paredes de los lugares abandonados que iba dejando atrás desde el coche de mi padre. Hoy, un poco más dueña de mis pasos, los dirijo allí para admirar la belleza oculta entre sus ruinas, inmortalizarla con mi cámara e indagar en la verdadera historia que, en otros tiempos, les dieron vida. Estos son mis locus amoenus ¿me acompañas?